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miércoles, 10 de noviembre de 2010

SIERRAS Y VALLES AGRICOLAS, EN MANOS DEL NARCOTRAFICO




Sierras y Valles Agrícolas de Ensenada, en Manos del Narcotráfico



La presencia masiva del narcotráfico, junto con el abandono crónico del Estado Mexicano al campo en las últimas dos décadas, dio como resultado que hoy, en las dos cordilleras más importantes de Baja California y en los ricos valles agrícolas de Ojos Negros y La Trinidad, cientos de ejidatarios y pequeños propietarios abandonaran sus tierras.

Por Javier Cruz Aguirre



En las sierras de Ensenada, el centro de operaciones del narco en Ensenada (Foto Enrique Botello)
Lo peor. Los hijos de esos campesinos son hoy los principales promotores y trabajadores de los dos carteles que operan en la región: el de Sinaloa, principalmente, y el de los hermanos Arellano Félix, después.
Y mientras las sierras de Juárez y San Pedro Mártir “están plagadas” de sembradíos de marihuana de no más de tres hectáreas de superficie cada uno de ellos, en los dos valles agrícolas que se ubican en las faldas de esas montañas se “lavan” millones de dólares con la producción de hortalizas de exportación.
“(Los narcotraficantes) están trabajando en toda la sierra. En donde ves una manchita de agua ahí los vas a encontrar”, resume un ex dirigente agrícola serrano que solicitó no ser identificado por temor a las represalias, ya que aún tiene tierras en la parte alta de una de las cordilleras contaminadas con la droga.
Otros ejidatarios y pequeños propietarios entrevistados por A los Cuatro Vientos en ambas sierras y los dos valles agrícolas, también lo confirman:
“Hay lugares donde siembran una hectárea, hay otros con dos o tres, que es lo máximo que pueden tener (…) Hay otros que siembran debajo de los encinos. ¡Tienen hasta sus invernaderos naturales! (…) Nos ha tocado verlos cuando hacemos recorridos a caballo por la sierra, ¡y nos han sacado cada susto! (…)”, revelan.
Un cuarto campesino de la Sierra de Juárez reafirma y remata, categórico:

“Le hablo de toda la sierra. ¡Toda! Norte, Sur, Este y Oeste. No importa si es en la parte media o alta. Donde ven agua ahí están. Y es marihuana lo que se siembran”.

Toda la Sierra de Juárez, en manos de sembradores de mariguana (Foto: Enrique Botello)
Otros ejidatarios con poder, como Alfonso Garzón Zataráin, dirigente estatal de la Central Campesina Independiente (CCI) y hermano del recién electo diputado estatal Jesús Garzón Zataráin, son muy cautelosos cuando hablan del tema.
“Es poco lo que los ejidatarios podemos hacer para combatir o simplemente para señalar que esta sucediendo este problema en nuestras parcelas. Yo en verdad desconozco este asunto pues provengo de un ejido, el Eréndira, que esta dedicado a producir alimentos, pero los rumores corren y si el arroyo suena es porque agua lleva”, dijo Garzón a Cuatro Vientos cuando se le pidió información al respecto.
Pero pronto establece la responsabilidad oficial en el tema.
“La Ley Agraria contempla sanciones para los ejidos que se prestan al narcotráfico, pero esto es más bien un asunto de la autoridad judicial y ahora el Ejército esta sumado a esa atención. Lo cierto es que hasta hoy no conozco que se haya impuesto una sanción a ejido alguno (en Baja California) por estar inmerso en este problema”.
Sin embargo precisa, al igual que lo hicieron cada uno de los ejidatarios y pequeños propietarios entrevistados por A los Cuatro Vientos en las sierras y los valles, cuál es el origen de la presencia del narcotráfico en las antiguas zonas de producción forestal y agropecuaria.
“Esto se debe fundamentalmente a que hay abandono oficial en algunos ejidos, principalmente los fantasmas, los que viven sin tener suficiente población. Ahí es donde aprovechan esta clase de negocios ilícitos para establecerse”.


El abandono del gobierno al campo y la ganadería, uno de los orígenes del problema (Foo: Enrique Botello)
Al respecto Humberto Lepe Lepe, integrante de las comisiones de Gobernación, Marina y Vigilancia de la Auditoría Superior de la Federación en la Cámara federal de Diputados, abonó:
“No se justifica el abandono que el Gobierno de la República y el de Baja California mantiene en el campo. Estos gobiernos que han abandonado al campo deben retomar el camino y apoyar a la gente del campo. Los tres niveles de gobierno pueden hacer algo por los campesinos”.
Agregó el legislador bajacaliforniano: “El campesino de las sierras y los valles, en su desesperación, se agarra de cualquier clavo hirviendo y no se da cuenta de que esta cavando su tumba. Se mete a sembrar cultivos prohibidos. Pero esto no lo deben hacer los campesinos, ni por amenazas del crimen organizado. Deben denunciar a quienes estén haciendo presión contra ellos y seguir demandando al gobierno que se les atienda”.
Y remata, a manera de advertencia: “Si en nuestro estado, al igual que en el resto del País, no atacamos de fondo la pobreza que lacera, que lastima, que golpea a nuestro pueblo, estamos construyendo una entidad que no va a tener perspectivas. Ningún gobierno se justifica si no atiende a los más pobres, a los más necesitados”.
LA SOMBRA EN LAS SIERRAS
Las Sierras de San Pedro Mártir y Juárez son asiento de una pequeña ecoregión de cuatro mil kilómetros cuadrados de extensión.
Son al mismo tiempo las cordilleras más altas de la Península de Baja California y la base fundamental del clima mediterráneo que domina la región norte de la península.

En lo alto de ellas se ubican los Parques Nacionales Sierra de San Pedro Mártir y Constitución de 1857 (en la de Juárez), que presuntamente las salvaguarda de la presencia de toda clase de actividades humanas ilícitas, entre ellas el narcotráfico.

Ensueño que se ensombrece (Foto: Enrique Botello)
Sin embargo esta visión de ensueño no la comparten los ejidatarios desplazados por los sembradores de marihuana de aquellos otrora paraísos paisajísticos, ganaderos y forestales.
“Ya son varios años que han estado sembrando marihuana descaradamente. No dejan ningún aguaje, ninguna lagunita, ningún depósito superficial que tenga líquido sin que se siembre. Y estoy hablando de muchas parcelas ejidales”.
Ello lo manifestó un ex dirigente de la Confederación Campesina (CNC) en Baja California, el cual tuvo que radicarse en la ciudad de Ensenada por temor a ser víctima de la presencia del narcotráfico en las sierras.
Triste, se lamenta: “Las sierra de Juárez y San Pedro Mártir están abandonadas. Esta abandonado Bramadero. Están abandonadas en cuanto a los habitantes y las autoridades”.
Hace un rápido y lamentable recuento de daños:
“Se acabó toda la actividad del bosque, también la ganadería. Entonces muchos muchachos se fueron a los Estados Unidos, otros más se tuvieron que devolver y los engancharon. Se trata principalmente de jóvenes”.

Otros ejidatarios y pequeños propietarios que piden, incluso suplican no ser identificados, confirman lo dicho por el ex cabecilla campesino: los hijos de los viejos hombres de la sierra simplemente se cambiaron de bando, cansados del abandono oficial y la pobreza.
“En los ejidos –narra uno de ellos- quedarán dos o tres de los ejidatarios fundadores y los hijos de los originales ya no quieren irse a trabajar a la sierra. Están vendiendo las tierras. Están regalándose las tierras. A veces gente de muy dudosa calidad moral y personal es la que está comprando”.
Aparte de los jóvenes ex ejidatarios, los campesinos de la región serrana han visto “a gente joven nueva, que no es de ahí. Se ven muchos rostros nuevos y muchos carros con doble tracción”.
Denuncian: “Uno que conoce la región, desde mayo empieza a ver las unidades de doble tracción, del año, que empiezan a subir con sistemas de goteo y mangueras nuevas. ¿Qué tienen que hacer ellos en la Sierra de Juárez? Ahí no hay árboles frutales, no hay hortalizas, no hay granos, no hay nada. Y eso todo mundo lo ve”.
Otro ejidatario que abandonó la Sierra de Juárez por el fulgurante arribo de los narcotraficantes a la región, comentó que si los campesinos no acceden a vender sus parcelas o ranchos “por las buenas”, simplemente “te obligan a que les vendas tus tierras”.

En las sierras, donde hay agua hay mariguana, dicen los ejidatarios serranos (Foto: Enrique Botello)
Narró el caso de un ranchero de Sierra de Juárez que vivía cerca del aserradero.
“Una vez se fue de vacaciones y cuando regresó encontró que alguien había sembrado una hectárea de marihuana en su predio. Acudió a las autoridades a denunciar el hecho, le dijeron que investigarían. Después, desde su propiedad, vio gente rara llegar a la zona sembrada a recoger las plantas. Al rato tres de ellos llegaron a su casa llevando unas pequeñas matas de marihuana y le dijeron que ahí se las dejaban. Entonces el amigo les dijo que le dijeran a quien había sembrado la marihuana, que mejor le vendía el rancho ya que sus padres vivían en él y no quería que les fuera a pasar algo. Tres semanas después alguien le habló y a la cuarta semana ya estaba cerrando la venta del rancho en una notaría de Tijuana. Ahora ya no sabe ni quiere saber qué está produciendo su ex propiedad”.

Historias similares se cuentan en los ejidos que hay en toda la cordillera central del estado, entre ellos el Sierra de Juárez, Santa Catarina, la Huerta, Tepi, -“que hace mucho esta con eso”-, Leandro Valle, San Pedro Mártir y toda la zona del Valle de la Trinidad, en donde hay otros ejidos infiltrados por los narcotraficantes provenientes principalmente del Cártel de Sinaloa.
A los Cuatro Vientos preguntó a los ejidatarios y rancheros de la Sierra de Juárez si ya no existen actividades productivas, legales, en esa región.
“No, ya no hay nada. La gente vivía de la madera, de la extracción del pino, pero el aserradero se quemó hace aproximadamente seis años. No sabemos aún por qué. Tenemos la sospecha de que esto pasó intencionalmente para que ya no hubiera actividad agropecuaria y forestal en la región”.
Resaltaron que, cuando en un rancho hay actividad, hay ganado, hay vaqueros, hay gente trabajando legal y alegremente, no sucede nada.
“Pero se quema el aserradero, que era una manera honesta de vivir para aproximadamente un 40 por ciento de los habitantes de la Sierra de Juárez, y luego te dejan sin créditos, se te acaba el ganado. ¡Qué haces entonces allá!”
Dan entonces nuevamente su versión del por qué desde hace 15 años atrás comenzó a florecer la siembra de marihuana en las sierras.
“Primero quitaron el apoyo gubernamental para los ejidatarios de las sierras, que era lo que nos ayudaba con el ganado. Hablamos de vacas, borregas y la producción de queso. Estábamos en posesión de la tenencia de la tierra, cultivábamos hortalizas y había una vida campesina normal, que era muy bonita en la Sierra de Juárez y el resto de la zona serrana del estado”.
Después, narraron, el gobierno federal eliminó el sistema de financiamiento bancario oficial (el Banco Rural), luego la distribuidora y comercializadora de granos CONASUPO, y finalmente el resto de los programas y apoyos al campo.
El remate fue que también se hicieron viejos los ejidatarios y pequeños propietarios originales.

Ahora, algunos ex campesinos con recursos o influencias en el Gobierno del Estado han ido construyendo, desde hace cuatro años, cabañas y asadores para turistas.
“Pero hablamos de pequeñas zonas, muy restringidas ante la magnitud del problema de siembra de marihuana que tenemos en las sierras. Es algo que hasta peligroso puede ser para los visitantes de las sierras y por eso en cualquier momento se puede caer”, consideraron.
- Y las pistas clandestinas de aterrizaje de avionetas, ¿han desparecido?
“No, sigue siendo muy común encontrarlas. Va el Ejército y las destruye, les pone trampas, barrancas, pero a los tres o cuatro días están en operación otra vez”.
Narraron que los narcotraficantes incluso han tumbado pinos y otros árboles grandes para construir las pistas para sus avionetas.
Los restos de avionetas que se han estrellado en la región serrana, así como de la droga que las naves aéreas transportaban, también han sido llevadas a la ciudad de Ensenada por los habitantes honestos de las serranías para su registro en las instancias investigadoras y sancionadoras de los delitos contra la salud.
“Pero el movimiento aéreo de los narcotraficantes en las sierras sigue sin ningún problema. Su actividad es intensa. No ha parado”.

Muy probablemente ni el Parque Nacional de la Sierra de Juárez se salve de la presencia del narco (Foto Enrique Botello)

A los Cuatro Vientos preguntó a los campesinos serranos si los narcotraficantes respetan el territorio de los Parques Nacionales de la Sierra de Juárez y San Pedro Mártir.
“No lo dude que ahí también existan siembras de marihuana. No hay vigilancia, no hay nadie. Principalmente en el Parque de la Sierra de Juárez”.
Por ello consideran que es peligroso andar en la tarde o en la noche en cualquiera de las sierras.
“Todos vamos temprano a los ranchos y a las cuatro de la tarde, antes de que caiga el sol, nos regresamos a Ensenada o de plano nos quedamos a dormir allá, pero siempre con gente. Nunca solos”.
LA SOMBRA EN LOS VALLES
La Secretaría federal de Desarrollo Social (SEDESOL), conjuntamente con el gobierno municipal de Ensenada y el programa federal Habitat, elaboró recientemente el Programa de Desarrollo Regional Ojos Negros-Valle de la Trinidad, que tiene como objetivo primordial el desarrollo integral y armónico de esa región del municipio de Ensenada.
La zona, que comprende las delegaciones municipales de Real del Castillo y Valle de la Trinidad, abarca una superficie de siete mil 145.7 kilómetros cuadrados (714 mil 573.69 hectáreas, y para el año 2000 el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) determinó una población para la región de ocho mil 123 personas, de las cuales cuatro mil 544 vivían en el Valle de la Trinidad.

La agricultura de riesgo, objetivo de los narcos para lavar su dinero en los valles serranos (Foto: Enrique Botello)

En la temporada de recolección de hortalizas –cebollín, chile, tomate, papa, pepino, vid, sandía y desde hace un año fresa-, la población en ambos valles se duplica con el arribo de jornaleros agrícolas temporales provenientes de Mexicali y San Luis Río Colorado, que materialmente dan vida económica y social a las dos delegaciones municipales ensenadenses.
El porcentaje de la población de ambas delegaciones con acceso a servicios de salud es de apenas el 56.7 por ciento.
Además, únicamente entre el seis y el siete por ciento de las viviendas existentes en las dos delegaciones cuentan con los servicios de agua entubada, drenaje y energía eléctrica, y el ingresoo de la gente que trabaja no excede los tres salarios mínimos en promedio
Así, en esa región pobre del municipio de Ensenada, que depende de la agricultura como única opción productiva importante, el narcotráfico ha sentado sus reales desde hace 15 o más años, pasando por una temporada sumamente violenta en el valle de la Trinidad hace 12 años, en que tan solo la instalación de un Ministerio Público del Fuero Común y el establecimiento permanente de un batallón del Ejército Mexicano, lograron contener un poco a la delincuencia.
Un vistazo a la estadística de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) y el INEGI, precisan el tamaño de la violencia y el crimen vigente en esa región del municipio de Ensenada.
Por ejemplo, la cantidad de presuntos delincuentes y delincuentes sentenciados del fuero federal por los principales delitos, en el año 2004 fueron:
Dos mil 709 presuntos delincuentes, de los cuales mil 260 (46.5%) son en materia de narcóticos, 802 (29.6%) por delitos previstos en la Ley Federal de Armas de Fuego, 331 (12.2%) por delitos previstos en la Ley General de Población, 61 (2.3%) por robo, (1.7%) por delitos previstos en el Código Fiscal 47, y menos de 1% por delitos previstos en la Ley de Vías de Comunicación, daño en las cosas, homicidio, peculado y otros.

El valle de la Trinidad, continúa “caliente” en cuanto a presencia de narcotraficantes (Foto: cortesía)

Dos mil 113 delincuentes sentenciados, de los cuales 1,014 (48.0%) son en materia de narcóticos, 720 (34.1%) por delitos previstos en la Ley Federal de Armas de Fuego, 226 (10.7%) por delitos previstos en la Ley General de Población, 30 (1.4%) por delitos previstos en el Código Fiscal 47, 27 (1.3%) por robo; 79 (3.7%) por otros delitos y menos de 1% son por delitos previstos en la Ley de Vías de Comunicación, daño en las cosas, homicidio y peculado.
Por su parte, los delitos del fuero común fueron: 11 mil 139 presuntos delincuentes, de los cuales 4,697 (42.0%) son por robo, 1,620 (145%) por daño en las cosas, 1,279 (11.4%) por lesiones, 1,270 (1.4%) por armas prohibidas, 272 (2.4%) por homicidio, 232 (2.1%) por violación, 174 (1.6%) por allanamiento de morada, 145 (1.3%) por fraude, 79 (0.7%) por despojo y 1,421 (12.7) por otros delitos.
Y de 11 mil 189 delincuentes sentenciados, cuatro mil 707 (44.0%) fueron por robo, 1,791 (16.8%) por daño en las cosas, 1,162 (10.9%) por armas prohibidas, 979 (9.2%) por lesiones, 255 (2.4%) por homicidio, 199 (1.9%) por violación, 168 (1.5%) por allanamiento de morada, 111 (1.0%) por despojo, 48 (0.4%) fraude y 1,265 (11.5%) por otros delitos.
“De hecho en el Valle de la Trinidad, ubicado a las faldas de la Sierra de San Pedro Mártir, es en donde hace 10 o 12 años atrás todo empezó. Bueno, eso es cuando nosotros nos enteramos, a lo mejor la zona ya tenía más tiempo con ese problema”, dijo a Zeta un residente del poblado.
Agregó: “Acuérdese que hasta tuvieron que poner un destacamento militar porque hubo un momento en que estuvo muy álgida la vida aquí: asesinatos, robos, tráfico descarado de marihuana. Las hijas de connotados ensenadenses tuvieron ‘accidentes’. Era el centro de operaciones de esta gente”.
Otros pobladores de Valle de la Trinidad consideran que la comarca sigue “muy caliente” –cuando Zeta se acercó a solicitar informes en el edificio que ocupa la delegación municipal, ubicó el inconfundible olor a marihuana quemada a un costado del inmueble-, y que incluso hay una persona en el poblado que hace alarde de su condición delictiva sin que ninguna autoridad haga algo por detenerlo.
“Creemos que las actividades del narco en el valle de La Trinidad se han diversificado y ahora están presentes en toda la región. Ya no hacen tanto ruido como en el pasado, pero de que ahí están, ahí están”, apuntó otro de los entrevistados.
- ¿Y cómo están las cosas en el valle de Ojos Negros?


Ojos Negros, “la base de todo” (Foto: Enrique Botello)
“Yo creo que ahí es donde esta ahora la base de todo. En una ocasión hicimos un estudio socioeconómico ahí. Nos dio que aproximadamente el 40 a 45 por ciento de las siembras en esa región están apoyadas por dinero mal habido”.
Esto lo reveló el ex dirigente cenecista, quien categórico agregó:
“O sea, en la parte alta y media de la sierra están sembrando marihuana y en el valle lavan el dinero que obtienen de las ventas de esa primera actividad. ¿Cómo le hacen? Los narcotraficantes, a través de prestanombres, están sembrando hortalizas como sandía, chile, tomate”.
Y remató: “Es una actividad que les permite legalizarse. Así ya no necesitan la violencia. Han llegado a acuerdos. Ya nadie se inquieta con y entre ellos”

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miércoles, 3 de noviembre de 2010

CAMINATA DE LAS CALIFORNIAS

Lunes 15 de marzo de 1999. Núm. 34 

CAMINATA DE LAS CALIFORNIAS







La peninsula de Baja California siempre ha sido un imán para viajeros y aventureros. Recorrida de todas las formas imaginables, ¿quedaba algo que hacer nuevo? En 1989, Carlos Lazcano, Carlos Rangel y Alfonso Cardona recorren la ruta de las “primeras entradas” siguiendo los diarios de los primeros misioneros jesuitas y franciscanos, para atravesar desde Cabo San Lucas hasta San Diego, las tres Californias.
Carlos Rangel Plasencia




A TRAVÉS DE LA SIERRA DE LA GIGANTA


Finis Terrae.


Es aquí donde termina Baja California: Cabo San Lucas, considerado como su punto más austral. Es aquí donde comienza nuestra caminata. Son las siete de la mañana y estamos a un metro de donde rompen las olas. Primero de enero de 1989. Nos esperan muchos kilómetros por delante porque queremos consumar nuestro sueño de muchos años atrás: caminar a todo lo largo la península. "¿Toda? ¿Caminando? ¿Por qué?" Preguntas que menudean y no podemos acabar de explicar. ¿Aventura? Hay mucho de eso, pero nuestro objetivo no es puramente deportivo pues ya al querer recorrer toda la península a pie no pensamos hacerlo por la carretera o por un camino ya establecido. Será diferente porque tras mucho tiempo de investigación y preparación, decidimos seguir un camino nunca hollado en su totalidad: "las primeras entradas" que marcaron los exploradores jesuitas en las tres Californias" [Bitácora: enero 1, 1989].


La noche anterior —última del año— preguntamos si llovería. "Pues verá: puede llover mañana o dentro de un año; aquí tiene cinco años seguidos sin caer una gota de agua, así que usted dirá". Tras 32 kilómetros, arribamos a San José del Cabo. Era nuestra primera jornada y nos sentíamos molidos... en agua, porque cayeron sobre nosotros los cinco años de agua escatimada a la tierra: llovió durante 36 horas continuas. Durante la prolongada sequía, mucha gente había perdido sus rebaños de cabras, sus cosechas y hasta sus tierras porque terminaban a la venta. ¿Quién soporta el hambre por cinco años? "Será un buen año para Baja California Sur".


Fueron cinco meses de experiencias que jamás se repetirán. Aquí sólo mencionaré los aspectos que, por una u otra razón hicieron de la Caminata por las Californias, expedición de México Desconocido algo sumamente especial.





LAS PRIMERAS ENTRADAS

Una vez descubierta la California en el siglo XVI, se pretendió, como es lógico, explorarla y colonizarla. Muchos intentos se hicieron pero todos terminaban en el fracaso. Los exploradores españoles tenían ante ellos un territorio completamente desconocido, con sierras y desiertos que les dificultaban el paso, con indígenas de los que nada sabían, con una carencia de agua a la que no estaban acostumbrados. Los primeros resultados fructíferos fueron obtenidos por los jesuitas, quienes realizaban incursiones tierra adentro a partir de un punto fijo, levantaban mapas y sobre estos planos trazaban la ruta que habían seguido, a la cual le dieron la denominación de "primera entrada", nombre que les vino a la perfección porque con frecuencia estas rutas presentaban dificultades tan arduas que no podía pensarse en ellas como una ruta definitiva. Con expediciones posteriores —a veces, incluso, en la misma exploración— se hallaban mejores terrenos sobre los cuales podrían transitar las caravanas de exploradores, las recuas de mulas con alimentos, el ganado: eran los primeros caminos de las Californias, caminos que nos parecen verdaderas locuras porque ahora existe la carretera transpeninsular.


Estas primeras exploraciones, las primeras que dejaron una huella tanto en la historia como en la geografía de la península más grande de nuestro país, tuvieron una secuencia en el tiempo, uno o más protagonistas, un sentido y un objetivo. Lo que ahora nos interesa es la secuencia tanto geográfica como temporal de estas primeras entradas. Las describiremos en orden temporal:


1683.
El jesuita Eusebio Francisco Kino funda la primer misión de Baja California en la Bahía de San Bruno y que llevó el mismo nombre. Precursora de Loreto (Conchó), sólo funcionó durante unos meses y sus restos pueden verse a la orilla del mar tapadas de vegetación.


1684-1685.
A partir de la misión de San Bruno, el padre Kino y el almirante Isidro de Atondo y Antillón realizan el primer cruce de la península desde Mar de Cortés —entonces llamado Mar Bermejo— hasta la Mar del Sur. Pasan por donde estarán fundadas las misiones de Comondú (el Viejo porque después fue trasladada a su actual sitio) y La Purísima y regresan a San Bruno.


1697-1717.
Durante veinte años se explora sistemáticamente al poniente por la ruta que recorrieran Kino y Atondo y se fundan las misiones de Comondú, La Purísima y Mulegé.


1718.
El P. José María Píccolo llega desde la misión de Mulegé hasta el lugar que detuvo durante muchos años los esfuerzos exploradores de los jesuitas: San Ignacio. Esta misión fue la última frontera durante muchos años.


1720.
Clemente Guillén, jesuita mexicano, realiza el primer viaje por tierra desde la misión de Ligüi hasta la Bahía de la Paz, para lo que tiene que cruzar en dos ocasiones la Sierra de la Giganta y pasar por donde fue fundada la misión de Dolores (Apaté).


1721.
El padre Nápoli llega al Cabo San Lucas (Yenecamú) desde la misión de La Paz (Airapí) pasando el actual San José del Cabo (Añuití).



1751.
Fernando Consag, infatigable y destacado explorador jesuita, cruza el Desierto Central y llega al paralelo 30. El diario de esta exploración se ha perdido y sólo se sabe aproximadamente su itinerario por las notas de Wenceslao Link. Fue él quien comenzó a trasladar la última frontera cada vez más al norte.


1753.
Consag llega a la bahía de San Luis Gonzaga en lo que fue su última exploración.


1766.
El jesuita Wenceslao Link, en un intento por alcanzar la desembocadura del Río colorado, llega a unos kilómetros al norte de la actual bahía de San Felipe, a unos 160 kilómetros al sur de Mexicali. Esta importante exploración decidió el curso de las siguientes pues se evitaría el tórrido Desierto de San Felipe y la abrupta sierra de San Pedro Mártir.


1769.
El Comandante Fernando Rivera y Moncada y el franciscano Juan Crespí llegan a la bahía de San Diego en una expedición de gigantescas proporciones que precede un mes a Junípero Serra.


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EL CAMINO PERDIDO

Tres días caminando hacia el norte nos dejaron en Las Animas, a la mitad de la distancia de la enorme bahía de La Paz. Frente a nosotros se extendía una muralla rocosa de proporciones gigantescas a través de la cual debíamos cruzar la Sierra de la Giganta porque así lo había hecho el padre Clemente Guillén en 1720. Pero... ¿cómo? Todo era vertical. Habíamos platicado con don Guillermo Almaraz, un anciano conocedor de toda la zona y nos explicaba que por donde queríamos pasar no existía vereda alguna. Sin embargo... el diario de Guillén —que habíamos leído varias veces— mencionaba el paso de mulas. Lo volvimos a leer. No había lugar a dudas: debía ser por ahí; esa pared había sido el itinerario de su primera entrada. El mismo don Guillermo nos mandó con Rafael Amador y éste nos mencionó que sí había un paso: el "Testerazo de las Animas", un camino para borrego cimarrón que se delineaba apenas por entre las rocas, pero solamente cuando se estaba junto a él.


Al otro día, subíamos por el arroyo hasta donde comienza la montaña. Rafael era nuestro guía y era difícil seguirle el paso tanto por lo empinado del terreno como por el peso de las mochilas. "Yo puedo subir corriendo, pero si los dejo solos, ¿qué hacen?". Apenas lo había dicho, se arrepintió de ello. Era una falta de modestia; lo sabía y se puso colorado —era de tez blanca— por su error. Pero era cierto. Cuando llegó el momento de dejarnos, lo vimos bajar con una velocidad impresionante, saltando de roca en roca y sin atender apenas la rapidez que daba a sus piernas, saltaba de roca en roca y sus huaraches se adherían al piso en la vertiginosa carrera por alcanzar el fondo. Entonces recordé un detalle de su plática: "Al borrego cimarrón lo alcanzo y lo derribo en plano. Pero si toma la pendiente, nadie lo alcanza. Ni el lión."


EL TESTERAZO DE LAS ANIMAS

Lo que teníamos por delante era un estrecho pasillo de apenas un metro de ancho. Ahí se le habían desbarrancado algunas mulas a Guillén y no supimos antes de ahora el porqué. Era la primera vez en la expedición que nos alejábamos de caminos transitados. Pero, ¿era éste el verdadero camino por donde había pasado el explorador jesuita? Muchos derrumbes han ocurrido en esas paredes desde entonces, uno de ellos tapó la Cuesta de Federico, un camino que el hombre hizo a fuerza de brazos para bajar el palo blanco con que curte las pieles. El camino exacto tal vez no, pero la ruta general sí que lo era: estaba ahí el manantial en el que habían bebido hacia la una de la tarde, después de haber bajado por la montaña. Desde entonces, el camino no volvió a ser recorrido. Era una vereda perdida... una primera entrada.


Alfonso Cardona, nuestro compañero de apoyo, nos acompañó un tramo bastante largo para realizar una grabación de nuestro ascenso. Desde arriba lo veíamos empequeñecer conforme subíamos y el terreno era cada vez más aéreo, más espectacular, más del noroeste de México: espacios abiertos hasta el infinito donde la mirada no tiene más barreras que su propio alcance. Ahí se comprende mejor que cada quien tiene un mundo no más grande que lo que alcanzan a recortar sus ojos.


En la parte superior de la sierra todo era diferente: si en el lado de la costa el terreno era árido, ahí era una coraza de espinas y ramas que dificultaban el avance. Caminamos hasta el atardecer, hasta que la luz nos lo permitió. En realidad no habíamos tenido un solo problema técnico desde nuestra salida de Cabo San Lucas y nos pudimos dar el lujo de ese derroche de energía. Al día siguiente lo resentimos: el sol, por primera ocasión durante el año —y era ya 23 de enero—, nos hizo callar mientras caminamos; el diálogo que habíamos sostenido desde el inicio se convirtió, por obra del calor y el esfuerzo, en plática interna con nuestro propio yo. Así tendríamos muchos días, muchas conversaciones que nos llevarían a... ¿dónde?




MISION DE LOS DOLORES


Del lado occidental de la sierra, habíamos seguido el Camino Real hasta llegar a un caserío llamado Primera Agua. A partir de ahí, el camino era, nuevamente, difícil de encontrar porque ya no se usa mucho. Tardamos todo un día en cruzar una zona llena de cerros, cañadas y espinas para llegar a los Llanos de Kakiwí, donde los "llaneros", como se nombran a sí mismos un tanto en broma, nos recibieron con mucha cortesía. Nos esperaban y eso era una sorpresa para nosotros, pero ellos estaban informados de nuestro viaje. "Nos dijeron que iban a pasar y que no nos espantáramos ni pensáramos que venían en mala forma. Aquí nos tienen para cuando gusten. Esta es su casa y pueden regresar cuando quieran". "Nos regalaron con un desayuno exquisito: machaca de pescado y frijoles con sus respectivas tortillas de harina y el indispensable café. ¡Con qué pocas cosas puede el hombre ser feliz!" [Bitácora: enero 29 de 1989]. ¿Regresar? Pero... ¿quién se quería marchar?


Al otro día, don Porfirio Amador Higuera, uno de los llaneros, nos llevó hasta Los Burros, un caserío de pescadores en el que viven once familias. "Lo sabemos con exactitud porque cantamos once mañanitas el 10 de mayo pasado". Hasta la misión de Los Dolores —muchas veces confundida en los mapas como Los Burros— nos acompañó Lucio Romero. La añeja misión fue abandonada y después rehabilitada como hacienda, por lo que pueden verse algunas construcciones y una gran bodega con una reja de acero que servía de cava, pues se producía mucha uva, y que ahora es utilizada para almacenar cebollas y otros productos que cosecha la gente. Estando en la misión, toda rodeada de riscos y peñas verticales y, sobre todo, conociendo ya la ruta que había seguido Guillén, se nos hizo del todo obvia: debía ser por ahí y por ninguna otra parte. Habíamos vuelto a recorrer un camino completamente olvidado. Lo que faltaba de camino hasta Loreto era prácticamente por la costa, impresionante por su magnitud, por su soledad, por sus pescadores. Loreto, el objetivo final de la segunda etapa de la caminata, lo alcanzamos el 5 de febrero.


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COMONDU VIEJO

El 20 de febrero habíamos regresado a La Purísima, luego de llegar caminando a la costa del Pacífico, a la desembocadura del único río, digno de tal nombre, en toda la península. Habíamos seguido el camino que Isidro Atondo y Antillón, junto con el conocido jesuita Eusebio Francisco Kino, realizaron en 1684-1685. Aunque, a decir verdad, no lo hicimos por completo porque faltaba por ubicar un punto extremadamente importante: la antigua misión de Comondú o Comondú Viejo, como se ha dado en llamarla para distinguirla de su sucesora. Seguimos el camino que había sido trazado por investigadores anteriores y sólo comprendimos el error al releer por enésima ocasión el diario de Atondo.




Comondú Viejo es un paraje donde sólo hay un rancho y los restos de la misión son utilizados actualmente como chiquero, un triste destino para tan gran esfuerzo del siglo XVIII. Pero nadie conocía la ubicación de este lugar y nos costó todo un día dar con él, pues le llaman ahora de otro modo. Ahí conocimos a don Leopoldo Perpuli, una persona mayor, pero de ninguna manera anciano porque todo él irradiaba juventud y fue la única persona que conocía bien la historia de Baja California. Lejos, en una casa donde no hay energía eléctrica y donde se tiene que trabajar de sol a sol, había aprendido la historia de su tierra, había adquirido poco a poco una pequeña biblioteca y era quien más comprendía lo que hacíamos. Con él nos transportamos al pasado cuando vimos una cuera y todas las "armas" (aperos) que usan los vaqueros de la Baja California Sur, instrumentos de utilización cotidiana que ya se creían parte de la historia irrecuperable.




EL RIO

El 16 llegamos a Cuba. "Sí: Cuba. Es un poblado pequeño de casas construidas con paredes de petates y techos de palma porque el lugar es sumamente árido. De esa aridez y calor se baja una pendiente suave y en cosa de 30 ó 40 metros nos vimos rodeados de palmeras, naranjos y todo tipo de árboles frutales. ¡Una verdadera maravilla! A un lado está el río, cada vez más ancho y profundo" y unos kilómetros después arribamos a La Purísima. Lo que primero buscamos fue, por supuesto, la misión, pero lo que de ella queda es sólo el recuerdo, pues en el lugar donde debía estar, hay ahora una refaccionaria automotriz. Nos mencionaron que los dueños del negocio hicieron pasar máquinas para destruir lo poco que quedaba de la misión y sólo se pueden ver un par de tumbas muy antiguas que parecen más un monumento a lo que fue el lugar. ¿Cuánto tiempo sobrevivirán? Una mujer salió a platicar con nosotros acerca de las tumbas y de la importancia que la misión tenía para el lugar, pero alguien dentro de su casa le gritaba para que se metiera y no siguiera dándonos informes.


Para no faltar a la costumbre de un explorador que recorre tierras que no les son propicias y sin un objetivo claro para las personas del lugar, nos confundían con "gringos", fayuqueros o buscadores de tesoros. En La Purísima, Carlos Lazcano se dio el placer de hacer creer a un señor que buscábamos tesoros. Por supuesto, se trataba de alguien que "conocía" muy bien los lugares donde estaban los entierros, que sabía de personas que se habían vuelto ricas por sacar "apenas un poco" y que sólo esperaba nuestra participación para llevarnos al lugar y compartir las fabulosas riquezas "como no se han visto antes en el mundo". La única condición era, por supuesto, tener una buena máquina para buscar los tesoros. En La Purísima hay una formación a la que denominan Los Siete Tesoros y se cuenta que en ellos hay o hubo riquezas inconmensurables.


Lo más imponente de este lugar es el río, que llega a tener más de cien metros de anchura en la Poza del Cantil, un verdadero paraíso en esta tierra de calor. "Como a las 11:00 fuimos a desayunar a la Poza, un lugar precioso al que se llega siguiendo una vereda; se trata de una gran roca que recibe los rayos del sol todo el día y que sirve de plataforma para echarse un buen clavado. Para desgracia de los muchachos, ellos no se metieron y sólo me vieron nadar a mis anchas y en traje de rana. El agua estaba fría pero el calor lo ameritaba, así que nadé cosa de media hora, me bañé y luego salí a lavar trastes, mi participación en la comida."


A partir de La Purísima iniciamos, los tres, nuestro primer viaje juntos. Hasta el momento Alfonso había manejado nuestro vehículo la mayor parte del tiempo; cuando el terreno no significaba gran dificultad para el chofer, conducía yo. Era Carlos Lazcano quien habría de caminar toda la península y más allá aún: hasta la misión de San Diego de Alcalá. Así que era la primera ocasión que caminábamos los tres juntos. Nuestro objetivo era "la mar del sur", el Pacífico, el océano que alcanzaron Atondo y Kino en 1685 en el primer recorrido transversal de la península.





LA BOCANA

Durante un par de días seguimos el curso del arroyo (le llaman así a cualquier curso de agua, lleve o no el vital líquido) y alcanzamos el rancho San Gregorio, último punto habitado antes del mar. Pero sólo tomamos agua e informes y seguimos hacia la costa. Bordeamos todo el estero y, al mediodía, tocamos las aguas del Pacífico. Ahí, entre agua salada y dulce, está la Bocana, un pueblo de pescadores digno de verse porque subsiste pese a no tener agua potable y si lo hace es porque "exporta" lo pescado a Ciudad Constitución. Pero la vida ahí no es fácil, uno puede percatarse de ello al estar ahí media hora tan sólo. Alfonso, amante de pescados y mariscos, consiguió un par de peces fritos que rompieron nuestra monótona dieta de comida deshidratada. Pero lo importante era que ya habíamos cruzado Baja California. Habíamos hecho una aportación importante al establecer la ruta original de Atondo y Kino sin los errores que los investigadores habían colocado en numerosos estudios.


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EL VOLCAN DE LAS VIRGENES

El 3 de marzo llegamos a San Ignacio, aquella misión que los mismos jesuitas consideraron "frontera" durante mucho tiempo porque al norte se extendía el árido Desierto Central, el lugar donde no hay agua y donde todo aquello que tiene líquido es exprimido hasta deshidratarse. Pero junto a San Ignacio está el volcán más alto de toda la península: Las Tres Vírgenes. A un ranchero le habíamos preguntado si había un camino para ascender. "Sí; yo subí una vez hasta arriba porque todas mis chivas se treparon al monte y a'i voy a bajarlas". El dato quedó en mi mente hasta que decidí ascender el volcán durante uno de los días que tomamos de descanso en San Ignacio.


Cuando atravesé el larguísimo pie de monte del volcán quedé completamente espinado por la falta de vereda y la abundancia de defensas vegetales. Pero, finalmente, hallé una senda que me adelantó hasta un pequeño puerto. Ahí me desvié hacia el volcán, pues había ido ascendiendo entre el volcán El Azufre y el de Las Tres Vírgenes. Fui a dar a un extenso campo de lava en el cual se debe andar con mucho cuidado porque un tropezón ahí significa con toda seguridad una fractura. En la antecumbre, la vegetación se hizo más densa y me dificultaba el paso al grado de avanzar 10 metros por minuto. Ahí, mi pulso ascendió a 190 por minuto. Estaba cansado. [...] A las 15:00 horas llegué a la cima. Esperaba el cráter típico de un volcán pero me encontré con que lo que había sido un cráter se había destruido y sólo quedaban dos cumbres; en la principal había una cruz en la que se leía: "Volcán de las Tres Vírgenes. 1994 m. En memoria de los heroicos mineros de Santa Rosalía." Sólo me faltaba el regreso y por eso me desesperó no poder hallar el camino que había abierto de subida. Más abajo me di cuenta que la noche vendría antes de que llegara al vehículo. Podía vivaquear pero de cualquier forma trataría de llegar.


Con el atardecer vinieron las infinitas tonalidades del crepúsculo y en un descanso —había guardado la cámara— nos encontramos frente a frente un borrego cimarrón y yo, a menos de cinco metros. Ambos nos sorprendimos y él salió huyendo. Yo me quedé quieto y maravillado por mucho tiempo. Caminé mucho tiempo de noche y finalmente localicé el vehículo. Al hotel donde descansaban mis compañeros llegué a las 12:20 de la noche. Mi aspecto era desastroso porque estaba todo rayado y el rompevientos estaba totalmente desgarrado, pero en esos momentos era el hombre más rico del mundo: un borrego cimarrón que no había podido olfatearme —porque el aire estaba a mi favor— era algo que bien valía la pena todo el cansancio que llevaba. No se trataba de ascender sólo para buscar paisajes hermosos, sino de todo un reencuentro con la naturaleza. ¿Había valido la pena subir durante un día de descanso? ¡Por supesto! ¿qué más podía pedir?" [Bitácora: marzo 6, 1989].


Estábamos contentos porque todo estaba saliendo bien. Nos quedaba todavía bastante tiempo por caminar, muchas experiencias que obtener (quizá la más difícil sería el Desierto Central), pero, estábamos seguros, llegaríamos a nuestro objetivo si seguíamos trabajando como lo habíamos hecho hasta entonces: juntos.
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LA ULTIMA FRONTERA

Caminar.


Caminar y caminar. Parecía que bajo ese tórrido sol una pierna tuviera que pedir permiso a la otra para poder continuar la marcha. Estábamos penetrando en la zona mas árida de Baja California: el Desierto Central. Aunque bastante retirado de lo que es el extremoso Desierto del Vizcaíno, aquel donde el sol produce millones de toneladas de sal en las salinas naturales de Guerrero Negro, el calor era muy elevado en esas "regiones alejadas de la mano de Dios". Treinta, cuarenta grados. No se trataba de una cifra más. Ese era calor, un calor verdadero con el que tendríamos que vivir todo el tiempo que nos llevara atravesar este desierto. Esto afrontaron los exploradores jesuitas del siglo XVIII al querer trasponer lo que ellos mismos denominaron "la última frontera": una tierra áspera, seca, con aullidos de silencio envolviendo cada centímetro de este páramo donde se puede escuchar caer el sol sobre las incontables rocas sobre las que andamos.


EL CAMINO REAL

En San Ignacio comenzamos a andar por el increíble Camino Real: miles, cientos de millares de rocas calcinadas por el sol fueron movidas de su sitio original para dejar una vereda limpia por la que pudieran transitar los burros, bestias conducidas por el hombre a lugares donde jamás se habrían metido solas. Todo fue hecho a mano. Ya nadie lo transita porque existen brechas y carreteras de terracería en buenas, regulares o malas condiciones, ¡no importa! El camino por el que andábamos entonces tardó muchos años en construirse y rompió la "ultima frontera" de esos exploradores infatigables en su avance al norte de una península que desconocía el mundo europeo. Hoy está cubierto de matorrales, a veces borrado, pero siempre magnífico.


La primera impresión es de soledad. Nada hay en muchos kilómetros a la redonda. Nada, sólo viento, plantas espinosas erizadas al sol y auras que esperan de cada animal escondido en la sombra su próximo alimento. Y sin embargo, andábamos sobre una vereda construida por el hombre hace cientos de años. ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿cómo? ¿Es que fue tan importante? Sí, lo fue.


Muchas jornadas después de haber comenzado a caminar por esa senda increíble, donde cada día me preguntaba el porqué de su existencia, acabé por abandonar el problema al viento. El calor se vino sobre nosotros. Nos levantábamos a las cuatro de la mañana para comenzar a caminar. Paso tras paso, veíamos palidecer las estrellas en el firmamento hasta que el sol saltaba por sobre el mar y las colinas para caernos encima y arrancarnos las largas sombras que poco a poco (demasiado aprisa para nuestro gusto) se empequeñecían para demostrar que en el desierto sólo el astro rey podía ser grande en un país de sombras cortas. Salto temible.






Entonces nos ocultábamos en la sombra más próxima y esperábamos que su poder disminuyera. Un par de veces fue desesperadamente ridícula: alrededor de una pitahaya, los tres nos alineamos y fuimos girando conforme el sol ganaba terreno. Era gracioso. Parecíamos manecillas de reloj: la hora, los minutos, los segundos... Una de esas madrugadas el viento era muy fuerte y no podíamos caminar bien. Durante un alto que obligatoriamente teníamos que hacer, fijé mi atención en unas hormigas que, como si el torbellino que a todos nos envolvía no les hiciera nada, andaban ya con su carga rumbo a un hormiguero desconocido. ("Si a nosotros nos derriba casi, ¿porqué a ellas no?").


Descubrí entonces algo que me dejó sorprendido: en el suelo de gruesa y compacta arena, habían construido una especie de canal de dos centímetros de profundidad por dos de ancho en el que podían moverse sin dificultad alguna. Su pequeño gran camino se extendía por cientos de metros, se ramificaba, se volvía a unir. Era una labor de titanes. Los misioneros e indígenas que construyeron el Camino Real que seguíamos eran igualmente grandiosos. Todo un monumento a la tenacidad del hombre.


Entonces entendí.
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EL LLANO DE SAN GREGORIO

Habíamos pasado ya casi tres meses en Baja California Sur y aunque sabíamos que teníamos en nuestro haber más de la mitad del recorrido —ya la habíamos atravesado a lo ancho—, sentíamos la necesidad psicológica de estar ya en la mitad norte de la península. En Santa Marta, al pie de la Sierra de San Francisco, que mantiene escondidas en sus barrancas innumerables pinturas rupestres, encontramos un problema serio: hacia el norte se extendía el Llano de San Gregorio y, muchos kilómetros después, se hallaba la misión de Santa Gertrudis, apenas a ocho kilómetros del paralelo 28. Pero esa extensa zona no tenía un solo abrevadero; nadie vivía ahí. "No se metan ahí solos, lleven un guía", nos recomendaron los habitantes de Santa Marta. Pero nadie conocía bien esa zona, excepto don Bonifacio Arce.



Cuando éste se vio un poco más libre de sus compromisos, el amanecer de cuatro días después nos sorprendió caminando delante de dos burros y don Bonifacio montado en su mula. El llano es enorme. Nada hay ahí que denote vida, al menos no como estamos acostumbrados a notarla. Ahí el silencio era profundo. Ahí experimenté algo muy curioso: el zumbido que venía escuchando desde enero —el que todos escuchamos cuando nos quedamos en un lugar solitario y sin ruido— desapareció. Así nomás, de repente. Entonces comenzó el silencio a tener voz. Escuchaba aleteos, cantos de aves, carreras de liebres, cada pisada de las mulas, de nosotros mismos, el roce de la ropa. Sorprendido por la agudeza de mi oído, dudé. Mas todo era como lo percibían mis oídos y con el paso de los días acabé disfrutando cada descubrimiento auditivo.


Tras todo un día de camino, dormimos al pie de un cerro pedregoso, como todos los demás. Bonifacio nos contaba del pueblo, de su familia, de su vida mientras cenábamos alrededor de una fogata; vida de ranchero sudcaliforniano. ¡Qué poco se necesita para ser feliz!


Al otro día subimos por "El Culebreado", el mismo Camino Real que, precisamente en ese cerro bajo el cual habíamos acampado, tomaba una forma tan enredada que parecía laberinto. En lugares completamente expuestos, los constructores habían puesto auténticos muros para que el camino siempre fuera transitable. Todavía lo es.


Recordé a las hormigas.


Dos días después llegamos a la misión de Santa Gertrudis. Nos recibieron varios amigos que habían hecho el largo viaje desde Ensenada para visitarnos. ¡Amigos!... ¡Cuán lejos resultaba el hogar, la familia! Durante tres meses nos habíamos dedicado a vivir exclusivamente como aquellos exploradores del siglo XVIII. A nuestros amigos, una parte de nosotros mismos, platicamos del pequeño monumento que construimos en el sitio donde el paralelo 28 —la división entre los dos estados bajacalifornianos— cruzaba el Camino Real.


Así, Santa Gertrudis pasó a ser un punto especialmente importante para nosotros. El retorno emocional al desierto sería duro, pero había valido la pena.


EL PARÁISO

Al norte de Santa Gertrudis se extiende un espacio terriblemente vacío. Estábamos ya acostumbrados al encuentro casi cotidiano con los habitantes de la península y ahora nos sentíamos en medio de la nada. Teníamos tres días caminando al norte, siempre al norte, rumbo a la misión de San Borja, y no habíamos hallado una sola persona. Casas abandonadas, agua escasa, chacuacos, que emprendían el vuelo apenas nos acercábamos, y viento. Era una sensación de vacío esa de caminar sin gente, sin ruido casi, limitándonos en el agua —a veces, siguiendo a las aves o escuchando su canto, podíamos encontrar el precioso líquido—, protegiéndonos por las noches en fascinantes cuevas diminutas donde sólo cabíamos los dos —Alfonso nos esperaba en San Borja— o en los esqueletos de los "ranchos" usados una vez al año, cuando se reúnen a "vaquerear" 30 ó 40 rancheros. Entonces sería casi una ciudad, pero por el momento no comprendíamos cómo esos lugares podían albergar tantas personas. En cada sitio hallábamos el típico calentón y algún otro trasto; a veces, herraduras nuevas, signo de que regresarían este año.


De repente, la tierra se abrió ante nosotros de una manera abrupta: era el cañón El Paráiso, con acento en la a. Así le llaman los rancheros. Abajo —¿cuántos metros tendría de profundidad?— se veía un hilo que dejaba sembrado el verdor junto a él. La sed nos atosigaba; por eso nos preocupaba descender. "No hay bajada de este lado", nos habían dicho, pero teníamos que encontrarla porque del otro lado se delineaba muy bien el camino real trazado hace cientos de años. Pero, primero, accionamos nuestras cámaras para tomar unas fotos.



Fue precisamente en una de las tomas que hallamos una vía a través del muro rocoso, una ruta que tardamos en recorrer un par de horas —!y eran apenas 200 metros!— pero que nos evitaba un rodeo de todo un día. Con las mochilas en la espalda, sin soltarnos de la roca, rompíamos ramas y arbustos secos que nos detenían. Cuando bajamos toda la pared, sólo nos faltó caminar —y parecía que corriéramos— un poco para llegar al fondo. El Paráiso es un edén hecho realidad gracias al agua que tiñe de verde los monótonos tonos de gris y café que habíamos atravesado los últimos días.


Los momentos en que habíamos salido de la rutina visual eran los crepúsculos: si había algunas nubes, el cielo se teñía de la sangre de las pitahayas; si estaba claro, el azul deslumbrante se tornaba lentamente más profundo, hasta que las estrellas salpicaban la noche. Era un verdadero descanso volver a reposar la mirada en el verde vivo y en el espejo del agua; pero lo mejor era beber sin restricciones.


Comimos en el rancho abandonado, donde había "de todo: manteca, cebolla, varios kilos de sal, cuchillos y sartenes". Mientras preparaba el desayuno, Carlos se esfumaba; ese había sido el trato para que ambos descansáramos de preparar la comida una vez al día. "Esto me sirvió para comprobar que las aves van a beber en la mañana y la tarde. Me sentía muy bien rodeado de pajarillos de todos colores que me miraban desde el mezquite casi preguntándose cómo soportaba el humo. Y como por acuerdo entre nosotros, nunca les tomé una fotografía". Era un paraíso que no debía ser perturbado.
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CALOR HUMANO

CALOR HUMANO

Bruma. Sólo bruma y nada más; después, el sol ribeteaba sus bordes para asombro nuestro. Fantasmal, recién parida por la tierra que pisábamos, aparecían labradas una roca tras otra. La cantera inverosímil que delineaba una estructura: rocas bien ordenadas hacían un verdadero monumento que surgía ante nuestros ojos: la misión de San Borja. Habíamos llegado por la noche, caminando bajo la luz de las estrellas, y no nos habíamos percatado de la grandiosidad de la misión. Hay quienes dicen que San Javier es la misión más hermosa de toda la península; para mí, San Borja no tiene igual.


Sus habitantes nos entregaron víveres y correspondencia que algunos amigos de Ensenada les habían dejado para nosotros desde hacía más de una semana. Todo para alimentar para el hambre física y moral. Antes de dormir, navegamos otros mares que no eran los nuestros con personas que no éramos nosotros y un poco al margen de nosotros mismos. Al amanecer recuperé mi capacidad de asombro: piedra sobre piedra en una sucesión interminable, los misioneros habían levantado una construcción impresionante en medio de una tierra tan pelada de gente que volvíamos a sentirnos empequeñecidos ante tan monumental obra. La pila de bautismo, la escalinata de caracol, el coro, el púlpito... todo era de roca, como el exterior de eso tan intangible...


"Era un muchacho de apenas nueve años y en un par de horas éramos grandes amigos. Nos bañamos en la poza de aguas tibias y sulfurosas, cortamos alfalfa para los becerros, corrimos, comimos —¡cómo se maravillaba de la sopa instantánea!—, reímos..." En la lejana Sierra de San Francisco me sucedió algo similar. Estábamos visitando la importante zona de pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco y teníamos un par de guías que conducían los burros mientras nosotros nos dedicábamos a tomar fotografías montados en nuestras respectivas mulas. Oscar Arce, el más joven (tenía 19 años), cantaba o platicábamos con él. Descubrimos que ambos cumplíamos años el mismo día. Tres jornadas después, al subir el empinado Cañón de Santa Teresa, me dijo con el tono más solemne que tenía: "¿Sabe 'migo? Cuando m'case y tenga m'primer hijo, le voyponer su nombre y usté vaser mi compadre porque l'voyscribir paque venga a conocer a su tocayo". Me quedé sin habla. El compadrazgo es una relación sagrada para ellos y ese pequeño monólogo —sólo acerté a decir "Si, cuando se case."— me honraba. Por supuesto, no dejamos de nombrarnos compadres en adelante.


Esa estrecha relación volvió a surgir en San Borja, un lugar donde apenas hay siete habitantes, dos de ellos de más de sesenta años, frente a la espléndida misión tallada en cantera (¡caramba, si parecía una sola roca!). Pero no era un sitio frío: había calor humano. Estábamos lejos de cualquier sitio pero ahí podíamos contar con verdaderos amigos.


OTRO EDEN

En tres meses y medio que llevábamos caminando desde Cabo San Lucas, nos vimos enfrentados a diversos problemas que teníamos que resolver de inmediato. Al salir de San Borja me encontré con uno que antes ni había pensado. Atravesábamos entonces el Cañón "El Principio" y para romper el silencio en el que caminábamos, dije en voz alta: "Todo lo que hemos pasado y apenas estamos en el principio". Carlos rió, pero yo me vi envuelto en un torbellino de lugares, rostros, comidas y hambres, sed y baños... Era una espiral absorbente que me regresaba a cada momento a Cabo San Lucas y me regresaba instantáneamente al sitio donde seguía caminando. Una y otra vez. Era la historia interminable, una pesadilla que terminó al caer el día.


Fue entonces que se nos vino encima el calor. En la anotación del 8 de abril, escribí en mi bitácora: "Por la mañana la temperatura el tal que uno bien puede andar desnudo sin sentir apenas frío (¿frío?, ¿acaso existe?) [...] En ocasiones el viento sopla y, si tiene uno suerte, el viento es refrescante, pero con más frecuencia es tan caliente que parece una bofetada enorme y deshidratante. ¿Bañarse? ¡Cómo añoramos hacerlo! Pero está prohibido porque cualquier gota de agua es para beber.


Anoche, mientras cenábamos, se acercó un pequeño ratón canguro, un pequeño animal del desierto que nunca bebe agua. Primero se paseó alrededor, después hacía viajes al centro de nuestro «comedor» por entre nuestras piernas y terminó hurtando pedazos de tortilla. En un rato teníamos a varios de ellos haciendo de las suyas. El cielo nocturno también tiene lo suyo: la luna está en creciente y la hemos seguido con binoculares; al atardecer baja hacia el horizonte lentamente y se vuelve rojiza, como el sol. Y el silencio... es exquisito, grandioso. Hay un momento en el crepúsculo vespertino en que cualquier sonido se apaga. Incluso el viento. A la izquierda del centro de la nada no llega sonido alguno y hay una sensación de pesadez en los oídos que parece quitar el aliento.


Días después, entrábamos al Cañón de Santa María, en busca de la misión jesuítica más septentrional de la península y nos topamos con otro Edén: la arena que habíamos ido pisando se convirtió gradualmente en roca y sobre la roca corría el agua, pero no cenagosa, como la que ya habíamos tomado varias veces, sino cristalina; a poco, apareció una poza, luego otra y otra. Cada vez eran más grandes. "En esta sí nos bañamos" "No, mejor más arriba". Fuimos ganando altura hasta que el cañón se volvió vertical y no pudimos pasar. Pero no nos importó mucho —ya después pensaríamos cómo subir por ahí— porque junto teníamos una poza de cincuenta metros de largo. Nuestro descanso no fue ese día una siesta, sino un sublime chapuzón de casi una hora donde dejamos la mugre de diecisiete días. Un récord que nunca quisimos establecer.



De la misión sólo quedaban ruinas y junto a ellas desayunamos. La misión de Santa María fue muy importante en su tiempo y para nosotros representó un símbolo: en una tierra completamente estéril, difícil, los exploradores jesuitas habían roto el mito de "La Ultima Frontera" porque no se detenían ante nada. Después de todo, ¿qué eran unos años para ellos? Sólo se requería paciencia y mucho esmero. Estábamos cerca de Cataviñá y la onda cálida iba en descenso. Entonces pensamos en nuestra siguiente meta. Tendríamos vivencias diferentes entonces, pero lo más importante: irremediablemente, nos acercábamos a la frontera y, por lo tanto, al fin. Por el momento, lo que teníamos en mente era la Sierra de San Pedro Mártir, adonde nos dirigíamos.


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UNA NUEVA FRONTERA


Llegamos a vivir por etapas, disfrutando de cada momento porque, si hemos de decir la verdad, hubiéramos fracasado desde el inicio de haber pensado siempre en el objetivo final, increíblemente lejano. Al menos así parecía a veces. San Fernando Velicatá Rey de España, un nombre tan largo como la cantidad de polvo que se ha acumulado en el lugar durante tantos años, es la única misión franciscana en toda la península; no quedan de ella mas que unos cuantos muros de adobe que difícilmente podrían identificarse de no ser por el letrero que la señala como tal y porque algunas personas, muy pocas en realidad, conocen el lugar y su historia. Todo ello a unos cientos de metros de la carretera transpeninsular. San Fernando marcaba el inicio de una nueva etapa en la que nos adentraríamos por las "primeras entradas" que habían hecho Wenceslao Linck, Juan Crespí y Junípero Serra.




RECOMPENSAS

Siempre hacia el norte, dejando deslizar los kilómetros bajo nuestros pies y el sol sobre nuestras cabezas, nos adentrábamos en la sierra de San Pedro Mártir. En un momento se nos antojó que estábamos al final de la expedición. ¿Al final? Debíamos estar soñando otra vez porque faltaba mucho todavía. La frontera con Estados Unidos era nuestra meta principal.


Por el momento, todavía estábamos en las cercanías de San Fernando. El Cartabón nos mostró una vez mas que Baja California tiene una historia escrita muy antigua. Los petroglifos aparecían sobre numerosas rocas, en numerosos diseños, con una antigüedad de cien siglos o cien años, ¿quién podría afirmarlo? Un poco más adelante, otro vestigio del pasado: una enorme hoja de pedernal tallado, del tamaño de la mano. A partir de ahí, todo era una incógnita porque, incluso, carecíamos de uno de los mapas de la zona.


Al paso de los días habíamos perdido la noción de los días; al cabo de varias semanas, caminar era algo tan automático como respirar —igual que sucedía con muchas otras cosas—; cuando los meses se acumularon también habíamos perdido la noción de las distancias. Nos habíamos escondido del eterno sol en el Llano de San Gregorio y en todas partes habíamos pasado sed. Incluso, ya que andamos en confesiones, experimentamos las fricciones internas que se dan en toda expedición, sobre todo en aquellas donde no se puede ver a otras personas que a los compañeros, ni se puede platicar con nadie más y se tiene que vivir junto a ellos día y noche. Día tras día, sin tener otra cara que ver ni otra persona con quien platicar.


Pero las superamos y obtuvimos nuestras pequeñas grandes recompensas: el susurro del viento, la barrera inconmensurable del mar, la sangre de los crepúsculos sobre el cielo y nuestra cotidiana cobija de estrellas, indicando nuestra ruta a seguir. Nos sentíamos dispuestos a comernos el mundo a mordidas.


CUATREROS Y VENADOS


Al entrar al Cañón del Arroyo Grande (que, por supuesto, sólo lleva el agua suficiente como para ser considerado como tal) encontrábamos ganado vacuno que se espantaba con nuestra presencia y esto mismo nos permitió una diversión que no esperábamos: pronto aprendimos que en su carrera escogían la vereda más corta y que resultaban excelentes guías, así que adquirimos la costumbre de gritarles una vez que las veíamos y solas corrían como escapando de un carnicero. De esta sencilla manera nos convertimos en un par de cuatreros modernos, con mochilas a la espalda y como única arma una cámara fotográfica, azuzando a cualquier vaca para encontrar la vereda mejor. Alguna vez tuvimos más de cuarenta cabezas reunidas, pero a la siguiente vuelta del arroyo sólo había tres. Fácil llegan, fácil van.


Días después tuvimos una plática muy interesante con los rancheros que se habían establecido temporalmente en el paraje El Pozo: una vez al año, se reúnen a "vaquerear" los cientos de reses que hay en los alrededores y que son de diferentes propietarios. La plática giraba alrededor de la extinción de especies cinegéticas.


"Aquí viene mucha gente. Los que no vienen a la Baja 500 y dejan destrozos, vienen a cazar un venadito o un borrego. Si cazaran uno solo, no habría problema, pero vienen en sus carros y aviones [helicópteros], con sus rifles automáticos, los lamparean de noche y matan uno o doce o veinte o cien y mientras más, mejor. Si los fueran a comer, ni qué decir porque uno ya sabe lo que es andar con la tripa amarrada. Pero no: los dejan allí a que se pudran y engorden las auras y los gusanos. Les importa matar y sacarse fotos con los animalitos asesinados. No saben que el venado y el borrego se acaban y no respetan a las hembras ni a las crías. Por eso a ustedes les preguntamos que era lo que hacían (no vaigan a creer ques porque somos gente maleducada), porque cuando estamos por aquí procuramos que no se cometan injusticias con los animales".


En efecto: el encuentro había comenzado un poco violento cuando nos preguntaron con mala cara de dónde veníamos y cuántos éramos. Nos hicieron muchas preguntas antes de invitarnos a pasar (señal de que algo fuera de lo normal estaba pasando) o invitarnos agua o café. Incluso, llegamos a creer que se trataba de narcotraficantes. Pero con esa plática no nos quedó más que sentir una honda simpatía por los vaqueros que defendían tanto como podían los enormes territorios en los que vivían a pesar de estar tecnológicamente en desv
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MISION DE SAN PEDRO MARTIR

LA MISION DE SAN PEDRO MARTIR

Tuvimos una primera impresión de la grandeza de San Pedro Mártir cuando divisamos la Sierra de San Miguel, que es la porción meridional de San Pedro Mártir. Sabíamos que detrás de esos primeros flancos rocosos se encontraba una región sumamente difícil. Nuestro camino era el seguido por Wenceslao Link y, muchos años después, por Juan Crespí, quien antecedió en un mes a Junípero Serra. Poco a poco nos fuimos quedando con el viento, lejos de las carreteras.


Decidimos visitar la misión de San Pedro Mártir y para ello tuvimos que subir un pedazo de sierra. Unos amigos —uno siempre puede encontrar amigos en los rancheros de los lugares más recónditos— nos hablaron de la vereda que conduce a lo alto, hacia la misión más alta de la península: una vereda como una cinta que se enredaba en los pedrones, se sostenía tras los arbustos y subía, subía... quizá la más solitaria también. Seguimos el arroyo pero perdimos la senda y tuvimos que seguir a fuerza de orientarnos con el mapa y hubiera sido todo perfecto de no ser por la densa vegetación de matorrales que nos atajaba el paso a cada momento.


Casi al atardecer, llegamos a la meseta superior donde alguna vez estuvo la misión. De ella no queda nada. Pudimos saber que estábamos en el sitio indicado por la lámina que una vez fue el letrero que colocó don Tomás Robertson junto a una gran zona donde se resaltaban diferentes prominencias que alguna vez fueron los cimientos de la misión. En el suelo había pedazos de porcelana fina, huella de los recipientes donde se tomaba el chocolate.


Ahí comencé a darme cuenta de lo débiles que estábamos. El esfuerzo había sido fuerte, pero no demasiado, y sin embargo estaba agotado y por la tarde tuve fiebre. El descenso no lo hicimos por el mismo lugar —ya sabíamos lo que era atravesar muros de verde vegetal y no queríamos repetirlo—, sino por el cauce vertical del río, entre cascadas de todas formas y que no habían de fallarnos con el suministro de agua ni con impresiones visuales tan hermosas como sólo pueden serlo las cascadas en un desierto.


SALTO DE SAN ANTONIO

Fernando Jordán, en su libro El Otro México: biografía de Baja California había llamado nuestra atención al mencionar una cascada de 900 metros de altura en la Sierra de San Pedro Mártir. ¡Casi un kilómetro! Como quedaba cerca de nuestra ruta, decidimos investigar de cerca. A partir del rancho San Antonio caminamos hacia el este, siempre subiendo y brincando de roca en roca hasta que apareció frente a nosotros una muralla blanca por donde se dejaba escurrir un tremendo chorro de agua desde muchos metros arriba. El canal por donde se deslizaba seguía una espiral y no podíamos ver desde qué altura comenzaba el Salto de San Antonio. "El Chorro", le decían los rancheros. ¿El agua? Helada. Era una cascada muy alta, es cierto, pero no creíamos que tuviera 900 metros de altura; 300, 400, tal vez, pero no de un solo salto. Así que el problema quedaba sin solución inmediata. Faltaba una exploración más profunda de la zona.


Hicimos un hallazgo más en el lugar: Junípero Serra habla en su diario de una rosa silvestre de la siguiente manera: "Parece que se acabaron las espinas y las piedras de California, pues estos tan altos montes son cuasi pura tierra. Flores muchas y hermosas, como ya tengo antes anotado, y para que nada faltase en esta línea, hoy [2 de junio de 1769] al llegar al paraje hemos encontrado con la reina de ellas, que es la Rosa de Castilla. Cuando esto escribo tengo ante mí una vara de rosal con tres rosas abiertas, otras en capullo y más de seis deshojadas. Bendito sea el que las crió." Era el mismo lugar y aunque para nosotros era el primero de mayo de 230 años después, también teníamos ante nosotros varias rosas de Castilla en botón y en capullo. Fascinante.


HAMBRE


Mientras los dos Carlos ascendíamos por la cascada, Alfonso y un muchacho del rancho, otro amigo, pescaron veinticinco truchas en tres horas. Nunca hasta entonces habíamos hecho un sincero homenaje a Mr. Hutt, un "sembrador de truchas" en los ríos de la sierra: asadas sobre las brasas, las truchas inundaron nuestra hambre. Las hubiéramos comido hasta crudas porque nuestros alimentos estaban escaseando desde hacía mucho y no habíamos comido lo suficiente.


Debo aclarar que no se trataba del hambre común y corriente que sentimos todos los días, cuando se nos antoja llenar el estómago de algo que se nos antojó. No señor. Se trataba de la verdadera hambre. Hambre, para ser más exactos. Crónica, como la noche de todos los días. Estar lejos de zonas habitadas implica muchas dificultades, pero quizá la más insidiosa era esa hambre que, pese a estar prevista desde el principio, nos rodeaba cotidianamente. Cada uno veíamos enflaquecer al compañero poco a poco e irremisiblemente. Antes de ascender a la misión de San Pedro, un nopal completo había desaparecido por las aberturas que teníamos por bocas y desde hacía tiempo que teníamos sueños gastronómicos donde aparecían platillos de todos tipos.


Una mañana me había despertado con mucha hambre y después de nuestra escueta ración —algunas galletas y una ridículamente pequeña porción de comida deshidratada que ya nos tenía hartos—, se me antojó un pan. "Llegando a Ensenada te invito a un lugar donde hacen unas donas riquísimas", dijo Carlos. Desde ese día, y faltaban muchos, despertaba sintiendo a Ensenada cada vez más lejos porque la dona que satisfaría mi hambre era cada vez más grande. Por supuesto, una dona no bastó. Fueron doce las engullidas sin descanso apenas.


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DE VUELTA A LA CIVILIZACION

DE VUELTA A LA CIVILIZACION

Estábamos a diez kilómetros de Ensenada (quisiera decir de las donas, pero no sería correcto) o, mejor dicho, a la entrada de ella. Nos recibieron familiares y amigos. Caminarían hasta el centro de la ciudad con nosotros. Hallamos otra sorpresa agradable: pocos metros después de este primer grupo, un señor nos alcanzó, nos hizo la plática de la caminata (¿cómo sabía de nosotros?) que habíamos hecho y después nos pidió de favor que saludáramos a un familiar que no podía andar y estaba en su automóvil. Esta persona había seguido todo el desarrollo de la expedición, desde la primera entrevista por radio, dos meses antes de haberla iniciado, y a través de los pequeños informes que mandábamos al programa de radio del señor Luis Lamadrid. La noche anterior no había dormido porque sabía que pasaríamos por el lugar y quería recibirnos. ¡Y nosotros que llegamos a sentirnos un tanto solos, en un mundo totalmente aparte, sin presentir siquiera que lo que hacíamos era parte de la vida de otras personas!


Al caminar kilómetros y kilómetros —llegarían a ser 2,346— casi nos habíamos olvidado del mundo. De alguna manera, nos habíamos envuelto en un manto de soledad porque sólo así tendríamos éxito. Pero Ensenada nos mostró que no había sido un evento meramente individual porque muchas personas acudieron a recibirnos sin habernos conocido antes. Todo el sentimiento de los bajacalifornianos se volcaba en muestras de adhesión: caminando a nuestro lado, saludándonos desde sus carros y recibiéndonos con una auténtica fiesta.


Yo no soy explorador por buscar el reconocimiento de la gente, sino porque, sencillamente, es mi forma de vivir. Es más: hubo un tiempo en que llegó a molestarme cualquier manifestación de este tipo. De alguna manera, soy introvertido. Lo mismo pasa con Carlos. Pero entonces nos sentíamos muy bien. Dos grupos musicales de gran categoría habían acudido a alegrar el ambiente sin cobrar un centavo. Horas y horas pasamos frente a la gente, contestando cientos de preguntas que jamás nos molestaron porque de una manera sencilla nos hicieron regresar del siglo XVIII al XX. Estuvimos, en cuestión de horas, en la civilización nuevamente.


UNA NUEVA FRONTERA

Descansamos algunos días en Ensenada y después establecimos una verdadera carrera hacia Tijuana porque deseábamos terminar la expedición. En un día avanzamos cincuenta y siete kilómetros y un par de días después llegamos a la frontera. ¿Cuál frontera? Algunos kilómetros antes de Tijuana visitamos un monolito rocoso que es prácticamente desconocido: la mojonera de Palou. Ella marca el lugar donde estuvo la frontera original entre la Alta o Nueva y la Baja o Antigua Californias: una separación entre los dominios que pasaron a ser de franciscanos y dominicos, respectivamente, una vez que fueron extrañados de los territorios españoles los jesuitas. Entonces se podía hablar de "la península" y "el continente", como se hace todavía. La mojonera no es más que un promontorio rocoso y cuando Estados Unidos se anexó la Nueva California, la frontera política se tuvo que mover para que la península no quedara aislada.


Un nuevo recibimiento nos hizo sentir orgullosos —sí: más— de ser mexicanos. Ahí, en Playas de Tijuana, terminaba el territorio nacional y la península de Baja California. Pero debíamos ir más allá porque seguíamos el diario de Juan Crespí. El fue quien realizó la primera entrada y Serra lo siguió un mes después, y su expedición concluía en la Bahía de San Diego.


La Sociedad de Historia de la Misión de San Diego de Alcalá, en la ciudad de San Diego, nos había invitado a terminar la expedición precisamente en la primera misión franciscana que fundara Junípero Serra. Allá llegaríamos un par de días después. También nos harían un recibimiento, pero en el fondo los tres sentíamos que no podía haber otro como el de Ensenada, con la espontaneidad de la gente. Nos abrazamos los tres y de esa callada manera sabíamos darnos las gracias por una experiencia como jamás se repetiría después. ¿Héroes? Nos dijeron que éramos tales, pero sólo hicimos cumplir un sueño común que tenía mucho tiempo añejándose.


Una hora antes de llegar a la "línea" internacional (¿porqué debían existir barreras entre los hombres?) veíamos desde una colina de Tijuana la Bahía de San Diego. Desde ahí volvimos la vista hacia atrás: toda esa distancia se había deslizado bajo nuestros pies en cinco meses, en cientos de litros de sudor, en una cantidad increíble de kilos perdidos. Pero toda esa extensión recorrida era nuestra. El sol... la tierra... el agua... la sed... el camino real... las primeras entradas... el mar... las misiones... la gente... Todo estaba ahí, dentro de nosotros.

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martes, 2 de noviembre de 2010

Mision de Calamajue Ruinas

Calamajue 1766-1767




The first location for the next mission north of San Borja proved unfit because

the water was so mineralized it prevented agriculture.
Despues de 7 meses la Mision fue removida
GPS: 29°25'16.3" 114°11'42.4"



Ruinas de Calamajue en 1949. Photo by Marquis McDonald



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Mision Sta Maria de los Angeles

Santa Maria de los Angeles 1767-1769




When crops wouldn't grow at Calamajue, the Indians showed
the Jesuits their oasis of Cabujakaamung
20 miles north, with its sweet water.
The Jesuits moved their mission and
had only constructed palm log shacks when
they were removed from California, in early 1768.

The Franciscans who
replaced the Jesuits built the adobe ruins
that we see here. Santa Maria had a
very brief mission history.
In 1769, the first Franciscan mission in California
was founded by Junipero Serra some 35 miles away.
Named San Fernando by Father
Serra on his long walk from Loreto to Alta California.
San Fernando was a
superior mission site and soon
Santa Maria was reduced in status to a visita.

Photos taken in 2007 by David Kier.
More photos at

http://vivabaja.com/msm GPS: 29°43'54.5"
114°32'50.2"
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sábado, 30 de octubre de 2010

ESCUELA ALVARO OBREGON



















El edificio que alberga las instalaciones de la Casa de la Cultura-Altamira en Tijuana, tiene un pasado extraordinario, pues en este edificio cuando fue la Escuela “ Alvaro Obregón” egresaron de sus aulas muchísimas generaciones de alumnos y alumnas.

Indudablemente que uno de los edificios más hermosos en la Ciudad de Tijuana es el que alberga a la Casa de la Cultura de Tijuana. Este edificio se puede avisorar desde diversos puntos de la ciudad y desde donde se pueda apreciar su bellísima y singular arquitectura, siempre se distinguirá por su impresionante disposición. El edificio se encuentra localizado en la prolongación de la calle 4a. después de la cuesta que conduce a la Colonia Altamira, al trepar inmediatamente se encuentra a boca de jarro, sobre la colina que la hace lucir majestuosa y señorial.

La historia de este edificio es la de que fue construído en la decada de los años treinta y esta obra es una réplica de la escuela Fiurth Avenue en Arizona. Son muy pocos los edificios en la ciudad que reúnen un carácter histórico, Tijuana es una ciudad muy joven; fue fundada el 11 de Julio de 1889 según consta en las investigaciones que para este efecto se han realizado. El edificio que da cabida actualmente a las instalaciones de la Casa de la Cultura fue inaugurada el 17 de julio de 1930. Al inaugurarse funcionó por 47 años como la Escuela Primaria Alvaro Obregón, y desde el año de 1977 funciona como Casa de la Cultura; albergó en su tiempo a la Escuela de Administración, Economía y Preparatoria de la Universidad Autónoma de Baja California. Estuvo también en este edificio el Instituto Federal para la Capacitación del Magisterio. También funcionó el Centro Nocturno Obrero, de donde surgió la Escuela Técnica Industrial y Comercial No. 24, hoy ETI No. 1. En octubre de 1937 se funda de manera oficial la que sería la Escuela Secundaria No. 19 .

El estilo neoclásico de esta construcción la sitúa como una de las más bellas de la ciudad.

A continuación reseñamos algunos datos históricos muy importantes relacionados con este edificio.

En el año de 1929 Tijuana contaba con una población de 8 mil habitantes, cifra que rebasaba los límites de oferta de la única escuela existente, por lo que se formó un Comité Pro-Escuela. Y así el 4 de Julio de 1929 el Sr. Daniel González prometió un terreno al Sr. Miguel González, quien era el presidente del Comité Pro-Escuela, de esta manera la superficie que obsequió el Sr. González tenía una dimensión de 5 hectáreas 7 mil 696 metros cuadrados con un valor estimado en $200.00 pesos oro nacional.

La construcción del edificio duró 12 meses, con un costo de $208,524.86 dólares estadounidenses y este es una réplica de un edificio de ladrillo amarillo ubicado en un llano en Yuma, Arizona. La única diferencia entre ambos, es que este edificio de Tijuana fue construído en ladrillo rojo, aspecto que la hace resaltar en belleza y señorío.

La envidiable ubicación sobre la colina que domina el valle principal de la ciudad más visitada del mundo, le da una majestuosa presencia a esta construcción.

La Escuela Alvaro Obregón fue inaugurada el 17 de Julio del año de 1930, memorable fecha porque se cumplían dos años de que fuera asesinado el Gral. Alvaro Obregón, motivo y razón por el que se le impuso su nombre.

Durante la Segunda Guerra Mundial por indicaciones del General Lázaro Cárdenas del Río, Jefe de las Fuerzas del Pacífico, la Escuela Alvaro Obregón se convirtió en refugio y centro de operación de mensajes al Centro de la República. En 1952, el Congreso Constituyente del Estado, sesionó en el anfiteatro de la escuela. En 1959 se autorizó la apertura de un turno vespertino para la Escuela Gregorio Torres Quinteto, que funcionaría en el edificio de la Escuela Alvaro Obregón. El 15 de octubre de 1977 por Decreto del Gobierno del Estado se trasladó a ser el edificio que albergaría a La Casa de la Cultura de Tijuana, la inauguración en este acto estuvo a cargo de la Sra. Elena Victoria de la Madrid, esposa del entonces Gobernador electo del Estado de Baja California Sr. Roberto de la Madrid Romandía con la presencia del Gobernador Constitucional Miltón Castellanos Everardo.

Después de depender del ICBC el 9 de Junio de 1993, el Gobierno del Estado hace entrega oficial de las instalaciones de la Casa de la Cultura de Tijuana al Gobierno Municipal, quedando esta bajo la tutela del Departamento de Cultura del XIV Ayuntamiento de Tijuana. Durante este periodo, de casi dos años, la Dirección de la Institutión permaneció acéfala, fue hasta el 14 de octubre de 1994 cuando la Casa de la Cultura de Tijuana retorna al proyecto original de 1977 quedando como dependencia de Desarrollo Social Municipal, sin intermediación de ningún otro órgano de gobierno.
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EAGLES

Juan Soldado, la primera leyenda urbana de Tijuana

Artículo principal: Juan Soldado

En la tarde-noche del 13 de Febrero de 1938, desapareció de frente de su casa la menor de ocho años Olga Camacho Martínez, en ese tiempo la ciudad de Tijuana contaba con no más de 19,000 habitantes, razón por lo cual todos los vecinos se conocían. Al día siguiente de la desaparición de la niña, la pequeña ciudad era un caos, todos los vecinos estaban buscando la niña y hacia las diez de la mañana del día siguiente unos niños encontraron el cuerpecito degollado y ultrajado de la menor.

Entre los sospechosos estaba el soldado Juan Castillo Morales, conocido posteriormente como Juan Soldado, un soldado raso quien al ser encarado se desplomó, lloró y pidió perdón, confesó que había cometido el crimen bajo la influencia del alcohol y la marihuana. La mujer de Juan Castillo Morales relató al investigador que una semana antes había sorprendido a su amasio Castillo Morales en el intento de violar a una sobrina suya.

La noche en que desapareció la niña Olga Camacho, Juan Castillo Morales (alias) Juan Soldado apareció en la casa de su amasia manchado de sangre, se quitó la ropa y le pidió que la lavara. Al revisar la ropa la policía encontró fibras de tela que correspondían con las encontradas en las uñitas de la niña asesinada.

(...) el reo fue trasladado la mañana del 17 de Febrero de 1938 al panteón municipal conocido como Puerta Blanca (panteón municipal No. 1) y le aplicaron la Ley fuga (una arbitrariedad que consistía en darle la oportunidad al preso de correr en búsqueda de su salvación antes de ser abatido). Eso ocurrió a la vista de los vecinos de la ciudad que se congregaron en las partes altas del panteón para atestiguar la muerte de Juan Soldado.

Es necesario resaltar que la imagen que se venera en el panteón municipal no.1 no corresponde con la fotografía que se conoce de él, en la imagen venerada aparece un militar a un lado de una mesa que sostiene un cristo crucificado, el mensaje subliminal es "lo mataron por ser creyente", nada más lejos de la realidad.

Se ignora a qué persona pertenece la imagen que se venera, lo que está fuera de duda es quien se muestra en la imagen venerada no es el soldado Juan Castillo Morales.

Creditos a WIKIPEDIA

MISIONES DE BAJA CALIFORNIA

ESTABLECIMIENTOS JESUITAS




  • Misión San Bruno (1683-1685)
  • Misión Nuestra Senora de Loreto Conchó (1697-1829)
  • Visita de San Juan Bautista Londó (1699-1745)
  • Misión San Francisco Javier Vigge Biaundó (1699-1817)
  • Misión San Juan Bautista Malbat (Liguí) (1705-1721)
  • Misión Santa Rosalia de Mulegé (1705-1828)
  • Misión San Jose de Comondú (1708-1827)
  • Misión La Purisima Concepción de Cadegomó (1720-1822)
  • Misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz Airapí (1720-1749)
  • Misión Nuestra Senora de Guadalupe de Huasinapi (1720-1795)
  • Misión Santiago de Los Coras (1721-1795)
  • Misión Nuestra Senora de los Dolores del Sur Chillá (1721-1768)
  • Misión San Ignacio Kadakaamán (1728-1840)
  • Misión Estero de las Palmas de San José del Cabo Añuití (1730-1840)
  • Misión Santa Rosa de las Palmas (Todos Santos) (1733-1840)
  • Misión San Luis Gonzaga Chiriyaqui (1740-1768)
  • Misión Santa Gertrudis (1752-1822)
  • Misión San Francisco Borja (1762-1818)
  • Visita de Calamajué (1766-1767)
  • Misión Santa María de los Angeles (1767-1768)


ESTABLECIMIENTOS DOMINICOS




  • Misión Nuestra Señora del Santísimo Rosario de Viñacado (1774-1832)
  • Visita de San José de Magdalena (1774-1828)
  • Misión Santo Domingo de la Frontera (1775-1839)
  • Misión San Vicente Ferrer (1780-1833)
  • Misión San Miguel Arcangel de la Frontera (1797-1834)
  • Misión Santo Tomás de Aquino (1791-1849)
  • Misión San Pedro Mártir de Verona (1794-1824)
  • Misión Santa Catalina Vírgen y Mártir (1797-1840)
  • Visita de San Telmo (1798-1839)
  • Misión El Descanso (San Miguel la Nueva) (1817-1834)
  • Misión Nuestra Senora de Guadelupe del Norte (1834-1840)


ESTABLECIMIENTOS FRANCISCANOS


Mision San Fernando Rey de Espana De Velicata' ( 1769-1772 )

Origenes de la region

Grupos Indígenas

Hace unos 3 mil años penetraron a Baja California varias corrientes migratorias provenientes del sur de lo que hoy es Estados Unidos. Eran grupos de filiación lingüística yumana. Durante milenios se mantuvieron nómadas y su economía dependió básicamente de la recolección, complementada con productos de la caza y la pesca. Entre las montañas y el desierto, recorrían grandes distancias recogiendo bellotas, semillas, tunas, piñones, agaves y frutos de la manzanita y la guata.

Con el tiempo aquellos hombres se agruparon en distintas bandas y cada una procuró delimitar su territorio. A la llegada de los misioneros, los indígenas Kumiai, pai pai, kiliwa y cochimí fueron congregados en rancherías aledañas a las misiones. Únicamente los cucapá se mantuvieron libres, debido a que en su región no se estableció ninguna casa de religiosos. La imposición de una cultura ajena inició el proceso de aculturación de los aborígenes, el cual se acentuó con la llegada de los otros extranjeros y mexicanos.

En la actualidad, los grupos indígenas viven en asentamientos enclavados en los terrenos que se les han concedido legalmente, y aunque por lo general se trata de áreas cerriles, de agostadero y pedregosas, eso les permite tener los mínimos recursos de subsitencia y un espacio geográfico que les pertenece. Según el últmo censo realizado por el INAH en 1978, existían entonces en Baja California 1 051 indígenas, cuyo número seguramente ha aumentado.




El Padre nuestro en lengua Yumano

Va-bappa amma-bang miarnu,
rna-rnang-ajua huit maja tegem:
amat-mathadabajua ucuem:
kern-rnu-jua arnrna-bang vahi-mang amat-a-nang la-uahim.
Teguap ibang gual güieng-a.vit-a-jua ibang-a-nang packagit:
-mut-pagijua abadakegem, rnachi uayecgjua packabaya..guern:
kazet-aduangarnuegnit,pacurn:
guangrnayi-acg packadabanajarn.
Amén.


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