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miércoles, 3 de noviembre de 2010

DE VUELTA A LA CIVILIZACION

DE VUELTA A LA CIVILIZACION

Estábamos a diez kilómetros de Ensenada (quisiera decir de las donas, pero no sería correcto) o, mejor dicho, a la entrada de ella. Nos recibieron familiares y amigos. Caminarían hasta el centro de la ciudad con nosotros. Hallamos otra sorpresa agradable: pocos metros después de este primer grupo, un señor nos alcanzó, nos hizo la plática de la caminata (¿cómo sabía de nosotros?) que habíamos hecho y después nos pidió de favor que saludáramos a un familiar que no podía andar y estaba en su automóvil. Esta persona había seguido todo el desarrollo de la expedición, desde la primera entrevista por radio, dos meses antes de haberla iniciado, y a través de los pequeños informes que mandábamos al programa de radio del señor Luis Lamadrid. La noche anterior no había dormido porque sabía que pasaríamos por el lugar y quería recibirnos. ¡Y nosotros que llegamos a sentirnos un tanto solos, en un mundo totalmente aparte, sin presentir siquiera que lo que hacíamos era parte de la vida de otras personas!


Al caminar kilómetros y kilómetros —llegarían a ser 2,346— casi nos habíamos olvidado del mundo. De alguna manera, nos habíamos envuelto en un manto de soledad porque sólo así tendríamos éxito. Pero Ensenada nos mostró que no había sido un evento meramente individual porque muchas personas acudieron a recibirnos sin habernos conocido antes. Todo el sentimiento de los bajacalifornianos se volcaba en muestras de adhesión: caminando a nuestro lado, saludándonos desde sus carros y recibiéndonos con una auténtica fiesta.


Yo no soy explorador por buscar el reconocimiento de la gente, sino porque, sencillamente, es mi forma de vivir. Es más: hubo un tiempo en que llegó a molestarme cualquier manifestación de este tipo. De alguna manera, soy introvertido. Lo mismo pasa con Carlos. Pero entonces nos sentíamos muy bien. Dos grupos musicales de gran categoría habían acudido a alegrar el ambiente sin cobrar un centavo. Horas y horas pasamos frente a la gente, contestando cientos de preguntas que jamás nos molestaron porque de una manera sencilla nos hicieron regresar del siglo XVIII al XX. Estuvimos, en cuestión de horas, en la civilización nuevamente.


UNA NUEVA FRONTERA

Descansamos algunos días en Ensenada y después establecimos una verdadera carrera hacia Tijuana porque deseábamos terminar la expedición. En un día avanzamos cincuenta y siete kilómetros y un par de días después llegamos a la frontera. ¿Cuál frontera? Algunos kilómetros antes de Tijuana visitamos un monolito rocoso que es prácticamente desconocido: la mojonera de Palou. Ella marca el lugar donde estuvo la frontera original entre la Alta o Nueva y la Baja o Antigua Californias: una separación entre los dominios que pasaron a ser de franciscanos y dominicos, respectivamente, una vez que fueron extrañados de los territorios españoles los jesuitas. Entonces se podía hablar de "la península" y "el continente", como se hace todavía. La mojonera no es más que un promontorio rocoso y cuando Estados Unidos se anexó la Nueva California, la frontera política se tuvo que mover para que la península no quedara aislada.


Un nuevo recibimiento nos hizo sentir orgullosos —sí: más— de ser mexicanos. Ahí, en Playas de Tijuana, terminaba el territorio nacional y la península de Baja California. Pero debíamos ir más allá porque seguíamos el diario de Juan Crespí. El fue quien realizó la primera entrada y Serra lo siguió un mes después, y su expedición concluía en la Bahía de San Diego.


La Sociedad de Historia de la Misión de San Diego de Alcalá, en la ciudad de San Diego, nos había invitado a terminar la expedición precisamente en la primera misión franciscana que fundara Junípero Serra. Allá llegaríamos un par de días después. También nos harían un recibimiento, pero en el fondo los tres sentíamos que no podía haber otro como el de Ensenada, con la espontaneidad de la gente. Nos abrazamos los tres y de esa callada manera sabíamos darnos las gracias por una experiencia como jamás se repetiría después. ¿Héroes? Nos dijeron que éramos tales, pero sólo hicimos cumplir un sueño común que tenía mucho tiempo añejándose.


Una hora antes de llegar a la "línea" internacional (¿porqué debían existir barreras entre los hombres?) veíamos desde una colina de Tijuana la Bahía de San Diego. Desde ahí volvimos la vista hacia atrás: toda esa distancia se había deslizado bajo nuestros pies en cinco meses, en cientos de litros de sudor, en una cantidad increíble de kilos perdidos. Pero toda esa extensión recorrida era nuestra. El sol... la tierra... el agua... la sed... el camino real... las primeras entradas... el mar... las misiones... la gente... Todo estaba ahí, dentro de nosotros.

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EAGLES

Juan Soldado, la primera leyenda urbana de Tijuana

Artículo principal: Juan Soldado

En la tarde-noche del 13 de Febrero de 1938, desapareció de frente de su casa la menor de ocho años Olga Camacho Martínez, en ese tiempo la ciudad de Tijuana contaba con no más de 19,000 habitantes, razón por lo cual todos los vecinos se conocían. Al día siguiente de la desaparición de la niña, la pequeña ciudad era un caos, todos los vecinos estaban buscando la niña y hacia las diez de la mañana del día siguiente unos niños encontraron el cuerpecito degollado y ultrajado de la menor.

Entre los sospechosos estaba el soldado Juan Castillo Morales, conocido posteriormente como Juan Soldado, un soldado raso quien al ser encarado se desplomó, lloró y pidió perdón, confesó que había cometido el crimen bajo la influencia del alcohol y la marihuana. La mujer de Juan Castillo Morales relató al investigador que una semana antes había sorprendido a su amasio Castillo Morales en el intento de violar a una sobrina suya.

La noche en que desapareció la niña Olga Camacho, Juan Castillo Morales (alias) Juan Soldado apareció en la casa de su amasia manchado de sangre, se quitó la ropa y le pidió que la lavara. Al revisar la ropa la policía encontró fibras de tela que correspondían con las encontradas en las uñitas de la niña asesinada.

(...) el reo fue trasladado la mañana del 17 de Febrero de 1938 al panteón municipal conocido como Puerta Blanca (panteón municipal No. 1) y le aplicaron la Ley fuga (una arbitrariedad que consistía en darle la oportunidad al preso de correr en búsqueda de su salvación antes de ser abatido). Eso ocurrió a la vista de los vecinos de la ciudad que se congregaron en las partes altas del panteón para atestiguar la muerte de Juan Soldado.

Es necesario resaltar que la imagen que se venera en el panteón municipal no.1 no corresponde con la fotografía que se conoce de él, en la imagen venerada aparece un militar a un lado de una mesa que sostiene un cristo crucificado, el mensaje subliminal es "lo mataron por ser creyente", nada más lejos de la realidad.

Se ignora a qué persona pertenece la imagen que se venera, lo que está fuera de duda es quien se muestra en la imagen venerada no es el soldado Juan Castillo Morales.

Creditos a WIKIPEDIA

MISIONES DE BAJA CALIFORNIA

ESTABLECIMIENTOS JESUITAS




  • Misión San Bruno (1683-1685)
  • Misión Nuestra Senora de Loreto Conchó (1697-1829)
  • Visita de San Juan Bautista Londó (1699-1745)
  • Misión San Francisco Javier Vigge Biaundó (1699-1817)
  • Misión San Juan Bautista Malbat (Liguí) (1705-1721)
  • Misión Santa Rosalia de Mulegé (1705-1828)
  • Misión San Jose de Comondú (1708-1827)
  • Misión La Purisima Concepción de Cadegomó (1720-1822)
  • Misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz Airapí (1720-1749)
  • Misión Nuestra Senora de Guadalupe de Huasinapi (1720-1795)
  • Misión Santiago de Los Coras (1721-1795)
  • Misión Nuestra Senora de los Dolores del Sur Chillá (1721-1768)
  • Misión San Ignacio Kadakaamán (1728-1840)
  • Misión Estero de las Palmas de San José del Cabo Añuití (1730-1840)
  • Misión Santa Rosa de las Palmas (Todos Santos) (1733-1840)
  • Misión San Luis Gonzaga Chiriyaqui (1740-1768)
  • Misión Santa Gertrudis (1752-1822)
  • Misión San Francisco Borja (1762-1818)
  • Visita de Calamajué (1766-1767)
  • Misión Santa María de los Angeles (1767-1768)


ESTABLECIMIENTOS DOMINICOS




  • Misión Nuestra Señora del Santísimo Rosario de Viñacado (1774-1832)
  • Visita de San José de Magdalena (1774-1828)
  • Misión Santo Domingo de la Frontera (1775-1839)
  • Misión San Vicente Ferrer (1780-1833)
  • Misión San Miguel Arcangel de la Frontera (1797-1834)
  • Misión Santo Tomás de Aquino (1791-1849)
  • Misión San Pedro Mártir de Verona (1794-1824)
  • Misión Santa Catalina Vírgen y Mártir (1797-1840)
  • Visita de San Telmo (1798-1839)
  • Misión El Descanso (San Miguel la Nueva) (1817-1834)
  • Misión Nuestra Senora de Guadelupe del Norte (1834-1840)


ESTABLECIMIENTOS FRANCISCANOS


Mision San Fernando Rey de Espana De Velicata' ( 1769-1772 )

Origenes de la region

Grupos Indígenas

Hace unos 3 mil años penetraron a Baja California varias corrientes migratorias provenientes del sur de lo que hoy es Estados Unidos. Eran grupos de filiación lingüística yumana. Durante milenios se mantuvieron nómadas y su economía dependió básicamente de la recolección, complementada con productos de la caza y la pesca. Entre las montañas y el desierto, recorrían grandes distancias recogiendo bellotas, semillas, tunas, piñones, agaves y frutos de la manzanita y la guata.

Con el tiempo aquellos hombres se agruparon en distintas bandas y cada una procuró delimitar su territorio. A la llegada de los misioneros, los indígenas Kumiai, pai pai, kiliwa y cochimí fueron congregados en rancherías aledañas a las misiones. Únicamente los cucapá se mantuvieron libres, debido a que en su región no se estableció ninguna casa de religiosos. La imposición de una cultura ajena inició el proceso de aculturación de los aborígenes, el cual se acentuó con la llegada de los otros extranjeros y mexicanos.

En la actualidad, los grupos indígenas viven en asentamientos enclavados en los terrenos que se les han concedido legalmente, y aunque por lo general se trata de áreas cerriles, de agostadero y pedregosas, eso les permite tener los mínimos recursos de subsitencia y un espacio geográfico que les pertenece. Según el últmo censo realizado por el INAH en 1978, existían entonces en Baja California 1 051 indígenas, cuyo número seguramente ha aumentado.




El Padre nuestro en lengua Yumano

Va-bappa amma-bang miarnu,
rna-rnang-ajua huit maja tegem:
amat-mathadabajua ucuem:
kern-rnu-jua arnrna-bang vahi-mang amat-a-nang la-uahim.
Teguap ibang gual güieng-a.vit-a-jua ibang-a-nang packagit:
-mut-pagijua abadakegem, rnachi uayecgjua packabaya..guern:
kazet-aduangarnuegnit,pacurn:
guangrnayi-acg packadabanajarn.
Amén.


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