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miércoles, 3 de noviembre de 2010

UNA NUEVA FRONTERA


Llegamos a vivir por etapas, disfrutando de cada momento porque, si hemos de decir la verdad, hubiéramos fracasado desde el inicio de haber pensado siempre en el objetivo final, increíblemente lejano. Al menos así parecía a veces. San Fernando Velicatá Rey de España, un nombre tan largo como la cantidad de polvo que se ha acumulado en el lugar durante tantos años, es la única misión franciscana en toda la península; no quedan de ella mas que unos cuantos muros de adobe que difícilmente podrían identificarse de no ser por el letrero que la señala como tal y porque algunas personas, muy pocas en realidad, conocen el lugar y su historia. Todo ello a unos cientos de metros de la carretera transpeninsular. San Fernando marcaba el inicio de una nueva etapa en la que nos adentraríamos por las "primeras entradas" que habían hecho Wenceslao Linck, Juan Crespí y Junípero Serra.




RECOMPENSAS

Siempre hacia el norte, dejando deslizar los kilómetros bajo nuestros pies y el sol sobre nuestras cabezas, nos adentrábamos en la sierra de San Pedro Mártir. En un momento se nos antojó que estábamos al final de la expedición. ¿Al final? Debíamos estar soñando otra vez porque faltaba mucho todavía. La frontera con Estados Unidos era nuestra meta principal.


Por el momento, todavía estábamos en las cercanías de San Fernando. El Cartabón nos mostró una vez mas que Baja California tiene una historia escrita muy antigua. Los petroglifos aparecían sobre numerosas rocas, en numerosos diseños, con una antigüedad de cien siglos o cien años, ¿quién podría afirmarlo? Un poco más adelante, otro vestigio del pasado: una enorme hoja de pedernal tallado, del tamaño de la mano. A partir de ahí, todo era una incógnita porque, incluso, carecíamos de uno de los mapas de la zona.


Al paso de los días habíamos perdido la noción de los días; al cabo de varias semanas, caminar era algo tan automático como respirar —igual que sucedía con muchas otras cosas—; cuando los meses se acumularon también habíamos perdido la noción de las distancias. Nos habíamos escondido del eterno sol en el Llano de San Gregorio y en todas partes habíamos pasado sed. Incluso, ya que andamos en confesiones, experimentamos las fricciones internas que se dan en toda expedición, sobre todo en aquellas donde no se puede ver a otras personas que a los compañeros, ni se puede platicar con nadie más y se tiene que vivir junto a ellos día y noche. Día tras día, sin tener otra cara que ver ni otra persona con quien platicar.


Pero las superamos y obtuvimos nuestras pequeñas grandes recompensas: el susurro del viento, la barrera inconmensurable del mar, la sangre de los crepúsculos sobre el cielo y nuestra cotidiana cobija de estrellas, indicando nuestra ruta a seguir. Nos sentíamos dispuestos a comernos el mundo a mordidas.


CUATREROS Y VENADOS


Al entrar al Cañón del Arroyo Grande (que, por supuesto, sólo lleva el agua suficiente como para ser considerado como tal) encontrábamos ganado vacuno que se espantaba con nuestra presencia y esto mismo nos permitió una diversión que no esperábamos: pronto aprendimos que en su carrera escogían la vereda más corta y que resultaban excelentes guías, así que adquirimos la costumbre de gritarles una vez que las veíamos y solas corrían como escapando de un carnicero. De esta sencilla manera nos convertimos en un par de cuatreros modernos, con mochilas a la espalda y como única arma una cámara fotográfica, azuzando a cualquier vaca para encontrar la vereda mejor. Alguna vez tuvimos más de cuarenta cabezas reunidas, pero a la siguiente vuelta del arroyo sólo había tres. Fácil llegan, fácil van.


Días después tuvimos una plática muy interesante con los rancheros que se habían establecido temporalmente en el paraje El Pozo: una vez al año, se reúnen a "vaquerear" los cientos de reses que hay en los alrededores y que son de diferentes propietarios. La plática giraba alrededor de la extinción de especies cinegéticas.


"Aquí viene mucha gente. Los que no vienen a la Baja 500 y dejan destrozos, vienen a cazar un venadito o un borrego. Si cazaran uno solo, no habría problema, pero vienen en sus carros y aviones [helicópteros], con sus rifles automáticos, los lamparean de noche y matan uno o doce o veinte o cien y mientras más, mejor. Si los fueran a comer, ni qué decir porque uno ya sabe lo que es andar con la tripa amarrada. Pero no: los dejan allí a que se pudran y engorden las auras y los gusanos. Les importa matar y sacarse fotos con los animalitos asesinados. No saben que el venado y el borrego se acaban y no respetan a las hembras ni a las crías. Por eso a ustedes les preguntamos que era lo que hacían (no vaigan a creer ques porque somos gente maleducada), porque cuando estamos por aquí procuramos que no se cometan injusticias con los animales".


En efecto: el encuentro había comenzado un poco violento cuando nos preguntaron con mala cara de dónde veníamos y cuántos éramos. Nos hicieron muchas preguntas antes de invitarnos a pasar (señal de que algo fuera de lo normal estaba pasando) o invitarnos agua o café. Incluso, llegamos a creer que se trataba de narcotraficantes. Pero con esa plática no nos quedó más que sentir una honda simpatía por los vaqueros que defendían tanto como podían los enormes territorios en los que vivían a pesar de estar tecnológicamente en desv
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EAGLES

Juan Soldado, la primera leyenda urbana de Tijuana

Artículo principal: Juan Soldado

En la tarde-noche del 13 de Febrero de 1938, desapareció de frente de su casa la menor de ocho años Olga Camacho Martínez, en ese tiempo la ciudad de Tijuana contaba con no más de 19,000 habitantes, razón por lo cual todos los vecinos se conocían. Al día siguiente de la desaparición de la niña, la pequeña ciudad era un caos, todos los vecinos estaban buscando la niña y hacia las diez de la mañana del día siguiente unos niños encontraron el cuerpecito degollado y ultrajado de la menor.

Entre los sospechosos estaba el soldado Juan Castillo Morales, conocido posteriormente como Juan Soldado, un soldado raso quien al ser encarado se desplomó, lloró y pidió perdón, confesó que había cometido el crimen bajo la influencia del alcohol y la marihuana. La mujer de Juan Castillo Morales relató al investigador que una semana antes había sorprendido a su amasio Castillo Morales en el intento de violar a una sobrina suya.

La noche en que desapareció la niña Olga Camacho, Juan Castillo Morales (alias) Juan Soldado apareció en la casa de su amasia manchado de sangre, se quitó la ropa y le pidió que la lavara. Al revisar la ropa la policía encontró fibras de tela que correspondían con las encontradas en las uñitas de la niña asesinada.

(...) el reo fue trasladado la mañana del 17 de Febrero de 1938 al panteón municipal conocido como Puerta Blanca (panteón municipal No. 1) y le aplicaron la Ley fuga (una arbitrariedad que consistía en darle la oportunidad al preso de correr en búsqueda de su salvación antes de ser abatido). Eso ocurrió a la vista de los vecinos de la ciudad que se congregaron en las partes altas del panteón para atestiguar la muerte de Juan Soldado.

Es necesario resaltar que la imagen que se venera en el panteón municipal no.1 no corresponde con la fotografía que se conoce de él, en la imagen venerada aparece un militar a un lado de una mesa que sostiene un cristo crucificado, el mensaje subliminal es "lo mataron por ser creyente", nada más lejos de la realidad.

Se ignora a qué persona pertenece la imagen que se venera, lo que está fuera de duda es quien se muestra en la imagen venerada no es el soldado Juan Castillo Morales.

Creditos a WIKIPEDIA

MISIONES DE BAJA CALIFORNIA

ESTABLECIMIENTOS JESUITAS




  • Misión San Bruno (1683-1685)
  • Misión Nuestra Senora de Loreto Conchó (1697-1829)
  • Visita de San Juan Bautista Londó (1699-1745)
  • Misión San Francisco Javier Vigge Biaundó (1699-1817)
  • Misión San Juan Bautista Malbat (Liguí) (1705-1721)
  • Misión Santa Rosalia de Mulegé (1705-1828)
  • Misión San Jose de Comondú (1708-1827)
  • Misión La Purisima Concepción de Cadegomó (1720-1822)
  • Misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz Airapí (1720-1749)
  • Misión Nuestra Senora de Guadalupe de Huasinapi (1720-1795)
  • Misión Santiago de Los Coras (1721-1795)
  • Misión Nuestra Senora de los Dolores del Sur Chillá (1721-1768)
  • Misión San Ignacio Kadakaamán (1728-1840)
  • Misión Estero de las Palmas de San José del Cabo Añuití (1730-1840)
  • Misión Santa Rosa de las Palmas (Todos Santos) (1733-1840)
  • Misión San Luis Gonzaga Chiriyaqui (1740-1768)
  • Misión Santa Gertrudis (1752-1822)
  • Misión San Francisco Borja (1762-1818)
  • Visita de Calamajué (1766-1767)
  • Misión Santa María de los Angeles (1767-1768)


ESTABLECIMIENTOS DOMINICOS




  • Misión Nuestra Señora del Santísimo Rosario de Viñacado (1774-1832)
  • Visita de San José de Magdalena (1774-1828)
  • Misión Santo Domingo de la Frontera (1775-1839)
  • Misión San Vicente Ferrer (1780-1833)
  • Misión San Miguel Arcangel de la Frontera (1797-1834)
  • Misión Santo Tomás de Aquino (1791-1849)
  • Misión San Pedro Mártir de Verona (1794-1824)
  • Misión Santa Catalina Vírgen y Mártir (1797-1840)
  • Visita de San Telmo (1798-1839)
  • Misión El Descanso (San Miguel la Nueva) (1817-1834)
  • Misión Nuestra Senora de Guadelupe del Norte (1834-1840)


ESTABLECIMIENTOS FRANCISCANOS


Mision San Fernando Rey de Espana De Velicata' ( 1769-1772 )

Origenes de la region

Grupos Indígenas

Hace unos 3 mil años penetraron a Baja California varias corrientes migratorias provenientes del sur de lo que hoy es Estados Unidos. Eran grupos de filiación lingüística yumana. Durante milenios se mantuvieron nómadas y su economía dependió básicamente de la recolección, complementada con productos de la caza y la pesca. Entre las montañas y el desierto, recorrían grandes distancias recogiendo bellotas, semillas, tunas, piñones, agaves y frutos de la manzanita y la guata.

Con el tiempo aquellos hombres se agruparon en distintas bandas y cada una procuró delimitar su territorio. A la llegada de los misioneros, los indígenas Kumiai, pai pai, kiliwa y cochimí fueron congregados en rancherías aledañas a las misiones. Únicamente los cucapá se mantuvieron libres, debido a que en su región no se estableció ninguna casa de religiosos. La imposición de una cultura ajena inició el proceso de aculturación de los aborígenes, el cual se acentuó con la llegada de los otros extranjeros y mexicanos.

En la actualidad, los grupos indígenas viven en asentamientos enclavados en los terrenos que se les han concedido legalmente, y aunque por lo general se trata de áreas cerriles, de agostadero y pedregosas, eso les permite tener los mínimos recursos de subsitencia y un espacio geográfico que les pertenece. Según el últmo censo realizado por el INAH en 1978, existían entonces en Baja California 1 051 indígenas, cuyo número seguramente ha aumentado.




El Padre nuestro en lengua Yumano

Va-bappa amma-bang miarnu,
rna-rnang-ajua huit maja tegem:
amat-mathadabajua ucuem:
kern-rnu-jua arnrna-bang vahi-mang amat-a-nang la-uahim.
Teguap ibang gual güieng-a.vit-a-jua ibang-a-nang packagit:
-mut-pagijua abadakegem, rnachi uayecgjua packabaya..guern:
kazet-aduangarnuegnit,pacurn:
guangrnayi-acg packadabanajarn.
Amén.


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