Edición: Ing. Manuel de J. Sortillón Valenzuela Conocido el legendario y árido teatro de las fechorías de los Seris, sírvase el lector acompañarnos a la expedición hacia la Isla del Tiburón organizada y dirigida por el Sr. Gobernador Izábal y la que motivada por haberse tenido noticias que los Seris estaban dando refugio a los yaquis y de que habían asesinado a un pápago.
Estando arreglados los preparativos de marcha, el día 21 de Diciembre de 1904 salió de Hermosillo el Sr. Gobernador acompañado de los señores Dr. Alberto G. Noriega, Diputado Juan P. M. Camou, Carlos Maytorena, Comandante de Gendarmes Luis Morales y mozo Ignacio García. En Guaymas se incorporan los señores Dr. Lorenzo Boide, Francisco Seldner, Federico García y Alva y Carlos M. Cortés, Director y Editor y Agente Colaborador de este libro.
El día 22 al caer de la tarde y siendo Comandante del “Demócrata” el caballeroso e inteligente marino Don Rafael Pereira M, nos embarcamos las personas citadas, el Sr. Manuel Encinas, el Sr. Alfredo G. Noriega y el Sr. Comandante Luis Medina Barrón, como Jefe inmediato de las fuerzas integradas por 140 hombres de la Federación y 20 nacionales. Al llegar el Sr. Gobernador, el Sr. Comandante Pereira mando izar el pabellón en el palo mayor y a los acordes de la banda recibió al alto funcionario con los honores de su rango. La tripulación, a la viril voz de su jefe ejecutó las interesantes y duras maniobras de a bordo para extraer el ancla, enfilar el buque, etc, etc., y cuando la luna comenzaba a rielar con sus destellos de plata por sobre las salobres aguas de la tranquila Bahía de Guaymas, nos hicimos a la mar. Comandante Don Rafael Pereira M. a bordo del “Demócrata” En el trayecto nos contaron una historia tan interesante como novelesca de una hermosa persona blanca llamada Dolores Casanova. Esta historia se refería así: En 1854 los Seris hacían sus correrías por la costa y por los caminos de Hermosillo a Guaymas atacando a la diligencia. En una ocasión venía una hermosa joven en un convoy… no era otra que Lola Casanova. Al llegar dicho convoy a un punto conocido por “La Palmita”, los Seris lo atacaron y después de un reñido combate los indígenas vencieron; algunos “carreros” murieron, otros lograron huir y, desmayada en uno de los carros quedó la infeliz Lola Casanova. El jefe de los Seris, un indio de elevada estatura y de atlética musculación, tomó en sus brazos la bella prenda y huyó con ella por valles y por montañas; al descansarla suavemente en la dura peña se constituyó en su guardián y ansioso esperó hasta que la joven volvió en si. Lola al abrir sus ojos y mirarse junto a aquel tostado guerrero, primero quedó como petrificada y después pretendió huir, pero el indio, cogiéndola por las ropas cayó de rodillas a sus pies y le dijo en claro español que ni temiera de nada, ni huyera, que aunque jera efe de la tribu, no era Seri sino Pima, y que muy joven en un combate había caído prisionero y a través de los años había logrado dominar a todos por su valor y su destreza; le dijo también que a ella la adoraba y que la haría reina de la tribu. La infeliz Lola estaba perdida e indudablemente, no por amor, sucumbió a la feroz pasión de aquel terrible salvaje que, librando heroicos combates con los principales cabecillas de la tribu que se opusieron al advenimiento de esa reina, al fin la impuso.
Ya podrá suponerse el martirio de aquella desventurada entre los abyectos Seris, con quienes al fin hubo de identificarse desde no usar mas que la sucia enagua corta y la mas sucia piel de pelícano, hasta comer carne podrida y tener varios hijos del temido y apestoso “Coyote – Iguana”. ¡Cuatro brazas! ¡Cinco! ¡Cuatro y media ¡ ¡Seis! Estas voces de los marinos nos anunciaron que el Sr. Comandante había dado sus órdenes para anclar, pues estábamos ya a la vista de la playa. Eran cerca de las 12 del día cuando anclamos. Después de comer, el Sr. Gobernador ordenó que el Sr. Comandante Barrón con la fuerza desembarcara para hacer los primeros reconocimientos, y con algunas personas se fue en su embarcación para ver si era el “Bernardo Reyes” un punto que se distinguía a lo lejos. Ya al anochecer regresó el Sr. Gobernador y poco después llegó el “Bernardo Reyes” que formaron el completo de las fuerzas con que se hizo la campaña. Desembarcando en la Isla del Tiburón al mediodía del día 24 de Diciembre de 1904 A las primeras horas del día 24 desembarcamos, durante esta maniobra casi toda la mañana, porque además de la gente hubo que desembarcar las mulas, las municiones de guerra de boca y todos los demás útiles que se llevaron. Como a las diez de la mañana regresó el Sr. Comandante Barrón, que con alguna fuerza se había internado a la Isla y dio parte de haber encontrado una vereda bien marcada, huellas de indios y de animales y un aguaje. En tanto que se ultimaban los preparativos para la marcha, se llevó a efecto la verdaderamente pintoresca escena marina de pescar con el chinchorro, en la que tomaron parte un bote y se echó el chinchorro se sacaron multitud de pintados y sabrosos peces, que en su mayoría se le dieron a la tropa por orden del Sr. Gobernador. Pescando con el “Chinchorro” A las dos de la tarde dejamos la caldeada playa y emprendimos la marcha para el interior de la Isla, llegando con el crepúsculo a un lugar que se juzgó a propósito para pernoctar, por estar cercano al aguaje encontrado por el Señor Comandante Barrón quien ordenó las avanzadas y demás disposiciones del caso. Con la noche vinieron los vientos y ya se sabe que los vientos de Diciembre en la montaña son cruelmente helados. No era, pues muy agradable el vivaqueo, sin embargo, pronto las fogatas con sus chisporroteos y con sus bailes de fuego alegraron el lugar y calentaron el molido cuerpo y así se pasaron las primeras horas de la universalmente celebrada noche del 24 de Diciembre, para nosotros no tan feliz esa vez. Desembarcando en la isla; a la extrema izquierda el Gobernador Izábal Un desatado huracán se soltó durante la noche que parecía arrancar de cuajo todo a su paso; hasta nuestros oídos llegaron sus bramidos y nos pasmó los cuerpos con sus helados vientos. Al romper la aurora del 25 el Sr. Gobernador dio la voz de ¡arriba! y todos nos alistamos en espera de órdenes. Montados los Pápagos y bien municionados y armados, ordenó el Sr. Gobernador que atravesaran la Isla por el centro hasta llegar a la opuesta playa. A Don Rafael Moreno, hacendado que iba al frente de esos aguerridos soldados, lo instruyó para que no omitieran medio encaminado al encuentro de los Seris y Yaquis unidos, pero que no les hicieran fuego sino en caso extremo, esto es, que trataran de atraerlos y persuadirlos para ver si se lograba que en son de paz se presentara toda la indiada. Los Pápagos jinetes se internaron por la hasta entonces inexplorada Isla y nosotros, con el Sr. Gobernador al frente y con la demás fuerza, entre la que iban los Pápagos infantes, nos internamos por el lado opuesto al tomado por la otra fuerza. ¿A dónde íbamos? ¿Cómo nos guiábamos?. Batallón que Participó en la “Campaña del Tiburón” Pápagos en su Primera Incursión sobre la Isla Solo sabíamos que íbamos en busca de los Seris y de los Yaquis y que solo sus huellas nos guiarían por aquella ingrata y árida Isla que por mucho tiempo no se borrará de nuestra imaginación, y en cuyas playas habían sucumbido varias expediciones a manos de aquella feroz tribu. Desde el principio de nuestra marcha todo contribuyó a hacerla mas sombría: su miserable vegetación, formada por unos cuantos árboles raquíticos y algunas plantas fibrosas con las que hacen sus desdichadas chozas y sus arcos y sus envenenadas flechas, los verdaderos ejércitos de elevados cactus que pueblan sus montañas y que más de una vez se acercan a figuras humanas. Sus desesperantes espinosos y prolongados matorrales y su blanquecina y quemante tierra, y su horriblemente ardiente sol, todo, todo hacía muy penosa la marcha, que silenciosos seguíamos por aquellas funestas veredas y aquellos primitivos caminos hasta entonces solo cruzados por la planta del Seri. Horas enteras, que parecían eternas, seguimos sedientos y jadeantes sin oír más ruido que el acompañado de la marcha del convoy. Repentinamente las fatigas y las penas de aquella extraña marcha llegaron a un grado máximo, habíamos entrado a un sombrío y profundo cañón formado por dos elevados y apretados cordones de montañas que a cada paso parecían derrumbarse sobre nosotros. El sol a esas horas ya derramaba fuego y fuego sentíamos también en nuestras plantas al hundirlas sobre la pesada y calcinada tierra del interminable y diabólico arroyo que cruzábamos; cada paso que dábamos por sobre aquel arroyo de plomo que no de arena, nos costaba un sacrificio y aquello ofrecía una perspectiva de inacabables sacrificios, pues mientras mas penetrábamos mas angustiosamente penoso era el camino. Por fin, cuando el sol iba más allá de la mitad de su carrera, el cañón se cerró de tal modo que fue imposible seguir adelante, pues teníamos elevados y escarpadísimos cantiles al frente y a los lados. Se dio la voz de ¡alto! por el Sr. Gobernador y los menos acostumbrados a ese género de penalidades nos tiramos a descansar sobre la dura peña. Indudablemente que ahí los Seris se habían desparramado por sobre las filosas crestas de las montañas, pues si bien era cierto que las huellas no se habían perdido, también lo era que estaban señaladas por distintos lados, especialmente por uno, el menos inaccesible y adonde parecían refluir todas las pisadas para seguir montaña arriba… pero… ¡que montaña!... llena de maleza y de espinas, de matorrales y de cactus de inmensos peñascos y de profundas grietas. El Sr. Gobernador, después de hacerse cargo de la situación, envió dos grupos de exploradores: uno formado por el Sr. Comandante Medina Barrón y el Sr. Dr. Lorenzo Boido con alguna fuerza, y otro por el Sr. Subteniente Cota con nacionales y Pápagos. Regresaron los exploradores y dieron cuenta, el primero, de que a una intensísima distancia se distinguían la playa y espesos manglares, y el otro de que las huellas seguían montaña arriba. En esta situación el Sr. Gobernador ordenó que a las órdenes del Sr. Capitán Flores se organizara una fuerza mixta compuesta de Federales, Pápagos y Nacionales y siguieran las huellas hasta atravesar la Isla o encontrar a los indios; esta fuerza llevó las mismas instrucciones de la primera de no abrir fuego sino en caso extremo. El resto de la fuerza se regresó con nosotros por el mismo único y penosísimo camino que nos había llevado ahí; ya en el campamento comimos y luego nos dividimos en grupos pequeños y nos lanzamos por distintos puntos de la Isla. Unos encontramos un cementerio Seri situado en una pequeña meseta; ya se supondrá que los sepulcros de esa tribu son enteramente burdos: un hoyo a más o menos profundidad, el cadáver liado en su andrajos, tierra encima y en la superficie un montón de piedras; cerca del cementerio había un fortín formado también con piedras. Otro grupo encontró trazados con los dedos en la tierra y muy grotescamente y de grandísimas dimensiones, un hombre y un caballo; otro grupo encontró un sitio adecuado para trasladar el campamento, pues además de estar menos a descubierto de los vientos, ofrecía sombra uno de los poquísimos árboles exuberantes que hay en la Isla y que los nativos llaman “Texcalema”. Sobre la Isla del Tiburón; sentado en un saco de harina al centro aparece el Gobernador Izábal. Ahí fue trasladado el campamento y a efecto de que huyeran los bichos que pudiera haber, se quemó el matorral en una buena extensión. Tomamos una vista en esos momentos y nos resultó de las más afortunadas; sentado sobre un saco de harina se ve el Sr. Gobernador Izábal, cerca de él a algunos de sus acompañantes, aquí y allá la poca impedimenta que se llevó y en el fondo las espesas nubes de humo que se desprenden del incendio. Cuando la noche se arrojó sobre el campamento y lo envolvió con sus negruras en medio de las monotonías y tristezas propias de la montaña, se recurrió a las indispensables fogatas que pronto densamente lo iluminaron. Entonces, comunicando mis impresiones solamente a mi compañero de trabajos, para que ni remotamente fuese a suponerse que mas que impresiones del alma y reflejos del cerebro eran mas o menos oportunos elogios al pro–hombre del Estado, entonces digo, intensa y sinceramente… admiré al Sr. Gobernador Izábal. Él, por cumplir con sus delicadísimas funciones abandonaba las dulzuras de la familia y la tibia atmósfera del hogar, dejaba las comodidades de su casa y las garantías de la ciudad e iba sereno a penalidades y privaciones; valiente a perseguir al ladrón, al asesino y al salvaje hasta los últimos baluartes que oponía en las gargantas y en las cañadas de la sierra; ahí estaba con nosotros comiendo carne seca y frijoles el que debe de tener llena la despensa de exquisitas viandas, sufriendo con nosotros los azotes de los vientos y con nosotros rodeando la caliente luminaria. Entonces me callé, pero hoy que saliendo mi libro al público saldré yo del Estado de Sonora para seguir mi labor en otra localidad, y que por lo tanto no puede por ningún concepto suponerse que mi sincero cuan justo elogio va envuelto en el deseo de vulgares miras, hoy lo lanzo a los cuatro vientos de la publicidad porque es de justicia que se sepa como hay Gobernantes de la condición del Sr. Izábal, que abandonan delicias de hogar y seguridades de ciudad y con mengua de sus comodidades y con peligro de su vida, va a sufrir serenos y a luchar valiente para darles garantías a sus gobernados. Pensando en estas grandezas humanas, desgraciadamente tan poco comunes, rendido por la espantosamente inolvidable jornada de ese día y cubierto por la inmensa y estrellada bóveda del cielo, me dormí sobre la entonces mullida arena del nuevo campamento. Cañón y la Tinaja de Agua Dulce Como de costumbre, el Sr. Gobernador fue el primero que despertó y en seguida nos fuimos levantando todos. Y tras del frugal desayuno del café solo y carne seca, dio sus órdenes para que una partida de vaqueros fuese en busca de los Pápagos y no regresara hasta traer noticias de ellos. A la mitad del cañón donde se encontró la primera tinaja de agua dulce, venían regresando las dos fuerzas trayendo a las primeras prisioneras Seris, que desde luego fotografiamos. Su aspecto no podía ser mas repugnante, horriblemente pintarrajeadas del rostro, sucias hasta la exageración, las enmarañadas cabelleras acusando no haber pasado por ellas jamás un peine, la mirada hipócrita e inquieta y las ropas asquerosas, parecían mas venir de la cloaca que de la montaña. Mujeres Seris Detenidas por la Primera Avanzada de los Pápagos de la Expedición. Aparecen Dos Niños (1,2), un perro (3). Don Rafael Moreno rindió su parte. Siguiendo las instrucciones del Sr. Gobernador, él y su fuerza se habían internado por el corazón de la Isla y después de largas horas de camino, uno de los Pápagos que caminaba por la sierra descubrió a buena distancia, cerca de un espeso manglar a orillas de la playa, una ranchería ocupada por gran número de indios. Indudablemente que alguno o algunos de los Seris vieron también al Pápago porque, no obstante que la fuerza de Don Rafael Moreno a sus órdenes rápidamente echó pié a tierra y se apercibió para el encuentro, cuando este momento supremo llegó ya los indios, entre los que había varios Yaquis, habían tomado posiciones para el combate. No obstante esta actitud hostil, el Sr. Moreno, siguiendo las instrucciones del superior, enarboló un lienzo blanco y aún a grandes voces les dijo que depusieran esa actitud pues que su misión era pacífica, pero seguramente los Seris bien por su natural salvajismo, bien por que se creyeran invencibles en las posiciones que habían tomado, o bien, y esto ha de haber sido lo mas probable, porque estuvieran envalentonados con la compañía de los Yaquis y con lo que éstos hubieran podido hacerles entender acerca de que era necesario aniquilar a quienes se presentaran, el hecho fue que a la bandera y a las frases de paz con que les brindó el Sr. Moreno contestaron abriendo desde luego el combate, unos, disparando las pocas armas de fuego que tenían y otros disparando sus flechas, pero todos en medio de una horrible gritería. Expedicionarios Pápagos Después del Combate contra los Seris Por fortuna, ni los Yaquis ni los Seris valen como guerreros lo que valen los Pápagos y así fue que éstos, desde el momento en que se presentaron al enemigo en previsión de que pudiera o no aceptar la paz que ofrecía su Jefe, rápidamente tomaron posiciones defensivas y ofensivas ya tras los peñascos, ya en algún recodo o ya bien en sus mismas cabalgaduras. De manera que cuando los indios contestaron a balazos y a flechazos a la voz de amistad con que les habló el Sr. Moreno, los Pápagos abrieron a su vez el fuego, pero certero, mortífero. A los primeros disparos cayeron los primeros salvajes, y luego otros y otros, y entonces, al ver tan pronto y espantosamente disminuidas sus filas, se convencieron una vez más de la inmensa superioridad del Pápago y a los gritos de guerra, de rabia y de injuria, sucedieron los del miedo y dolor, y llevando por delante como sombría y salvadora silueta el más desencadenado de los pánicos, huyeron hasta llegar al manglar por el que se escurrieron; esto fue cosa admirable porque el tal manglar es tan espeso que a la simple vista parece que solo puede ofrecer abrigo a reptiles. ¿Fue el miedo el que les abrió aquel espeso refugio?, ¿Fue su legendaria destreza o su notoria agilidad?... ¿quién sabe?... el hecho es que como culebras huyeron por ahí. Y, bien por estar herido, bien por que se desmoralizó y se quedó atrás, apareció en el campo un rezago que prefirió a caer prisionero o a la puntería de los Pápagos, mejor tirarse al mar y seguramente que fue a morir en su profundo seno, porque la distancia entre el lugar de la acción y la costa es muy grande y la fuerza no lo volvió a ver a flote. Sobre el campo de este encuentro yacían los cadáveres de once Seris y de cuatro Yaquis. A la orilla del mar estaban atracados dos botes de construcción americana que fueron quemados por los Pápagos y que seguramente pertenecieron a ciertos audaces exploradores que perecieron a manos de los Seris. Prisioneras fueron hechas cuatro mujeres que no pudieron huir con rapidez por llevar criaturas y que fácilmente fueron alcanzadas por los Pápagos. Además, y como botín de guerra, presentaron dos armas de fuego, arcos, carcax, prendas de ropa, entre éstas las del Pápago que habían asesinado los Seris, cuchillos, y una multitud de insignificantes chucherías, que revelaron desde luego el estado primitivo del Seri. Lo único digno de llamar la atención fueron unos cestos muy bien hechos de plantas fibrosas a los que llaman “coritas” y que apoyados sobre un rodete cargan en la cabeza con su comida y equipaje. Mandó el Sr. Gobernador que se les diera de comer y después de que hubieran descansado las sujetó al interrogatorio que representa una de nuestras ilustraciones, interrogatorio por demás difícil e interesante; difícil porque en general los Seris hablan poco español y mucho menos en el caso como el que relatamos, e interesante por el resultado. Botes Quemados de Procedencia Norteamericana Usados por los Seris Con el tino que se necesitaba el Sr. Gobernador inició y desarrolló su interrogatorio y después de multitud de reticencias y vacilaciones las indias dieron los nombres de los cabecillas principales que eran Juan Tomás, Chico Bonito, El Pelado y Chico Francisco, concluyendo por confesar que entre ellos había Yaquis armados. Uno de los Campamentos El Sr. Gobernador, para atraerse la confianza de las prisioneras, les manifestó que iba en busca de los Yaquis y que los Seris no sufrirían daño alguno si los entregaban. Un rayo de infernal alegría iluminó fatídicamente el asqueroso rostro de aquellas mujeres y una de ellas, una tal Manuelita, mujer de “El Pelado”, que era la que mas había hablado seguramente por ser mujer de capitán, gruñó; sin embargo, articuló y dijo que sí entregarían a los Yaquis y al darles a entender que si oponían resistencia los traerían a fuerza, juntó y alzó sus manos. El Gobernador y todos nosotros creyó que aquellas fétidas salvajes querían decir que traerían a los Yaquis amarrados de las manos. Mas adelante se verá lo que quiso significar y que para nosotros fue imposible siquiera suponer. Además, Manuela se comprometió a que todos los Seris vendrían de paz a presentarse al Sr. Gobernador o Capitán Grande, como ellos lo llaman. Como se ha dicho antes, otra fuerza al mando del Capitán Flores expedicionaba por la Isla y con objeto de que dejara libre el paso a la emisaria Manuela, caso de encontrarla, el Sr. Gobernador le extendió un salvo–conducto. Y marchó la Manuela y con una rapidez asombrosa atravesó por aquellos matorrales y trepó por aquellas montañas y pronto desapareció de nuestra vista, al caer la tarde del día 26. Según su compromiso, al otro día debía de regresar con sus parientes, como los Seris se llaman entre si, y con los Yaquis. Había bastantes probabilidades de que sí volviera, porque se le había dicho que de no presentarse por ese camino de paz que se ofrecía a la tribu, las fuerzas darían buena cuenta de ella. Y muy pocas horas antes la misma Manuela había visto como batían las fuerzas del Gobierno a los parientes y Yaquis unidos. Las demás prisioneras fueron llevadas al campamento de los soldados. La noche de ese día se pasó sin novedad, pero no así el día siguiente en que hubo una gran novedad para nosotros los no acostumbrados al frugalísimo y monótono alimento del soldado en campaña. El Sr. Gobernador ordenó que se sacrificara una res que entre la impedimenta había sido llevada. Comer carne fresca en aquella ingrata Isla, después de comer en varios días mas que carne seca, era cosa digna de anotarlo en el carnet y en efecto la anotamos. Y aún recordamos con que fruición saboreamos buena parte de aquella hermosa res. Avanzó el día, declinó la tarde y llegó la noche y la emisaria Manuela no se presentó. Interrogatorio a las Mujeres Seris Detenidas Pasadas las primeras horas de la mañana del 28 tampoco llegó y entonces el Sr. Gobernador, con los Pápagos, se puso en marcha rumbo a la playa y de esa expedición en su oportunidad daremos cuenta. Nosotros, con la fuerza federal nos quedamos en el campamento en espera de la columna del Sr. Capitán Flores, que llegó en la tarde con otras prisioneras. Al igual de la de Don Rafael Moreno, no había descansado hasta encontrar a los indios, que también la recibieron a balazos y a flechazos, pero con la misma suerte que la otra cuadrilla, pues en breves momentos fueron derrotados y dispersados quemándoseles un bote y cogiéndoseles un botín mas ó menos igual al traído por la primera columna. Las nuevas prisioneras fueron llevadas a donde las primeras se encontraban y en la noche fuimos nosotros a su campamento a entrevistarlas. De esta entrevista y de los datos que buen cuidado habíamos tenido de ir reuniendo, pudimos obtener una idea, completa hasta donde fue posible, de las costumbres y modo de ser de la Tribu Seri. Prisioneras Seris de la Segunda Fuerza al Mando del Capitán Flores La Tribu Seri es hasta lo abominable inmoral y perezosa. No tiene mas género de gobierno que asumir el mando de ella el más feroz y brutal. Para formar parejas (es absolutamente imposible llamarles matrimonios), no hace otra cosa el Seri que coger de la mano a la hembra que le gusta y llevarla a las indecentes chozas que habitan, formadas de ramas y de carapachos de cahuama (Tortuga de enormes dimensiones que abunda en la playa del Tiburón). Si la hembra esa vive con otro, entonces en brutal contienda se resuelve su posesión y el victorioso se queda con ella… Además, el Seri puede tener dos, tres y cuantas mujeres quiera y también abandonarlas cuando mejor le plazca y cambiarlas por otras, y como la tribu no es numerosa, pues según cálculos aproximados no llegan a 500 entre hombres, mujeres y muchachos, ya se podrá comprender toda la horripilante inmoralidad de este género de conjunción. El bautizo para ellos es cosa sencilla; gustan generalmente de que personas de la Costa de Hermosillo les bauticen a sus hijos y al efecto lo solicitan en tono de súplica, y lo efectúan sin mas ceremonial que ponerle al ahijado un poco de agua en la cabeza, e irremisiblemente el nombre del padrino, pero cuando el Seri ha llegado a la edad en que tiene voluntad propia, puede cambiarse el nombre por el que le agrade; generalmente les agrada ponerse nombres de las personas mas encumbradas de Hermosillo y de Guaymas, pero completos, esto es, los nombres y los apellidos. Y nunca fue raro en el regreso, que los Seris que habían ido al bautizo le robaran al compadre una mula o un caballo para irse a dar un horrible festín al interior de la Isla. Sus platillos favoritos son el burro, la mula, el caballo y la cahuama, y mientras mas podridos… mejor. También comen buro, una especie de antílope que abunda en la Isla de carne sabrosísima para la gente de razón, porque el Seri para poderlo comer necesita ponerlo en putrefacción. De las tumbas de estas gentes —si así se les puede llamar– ya nos hemos ocupado, igualmente que de sus vestiduras asquerosas. Solo agregaremos que para resguardarse del frío y del viento usan pieles de pelícano que igualmente abundan en aquellas sombrías aguas, pero las usan sin curtirlas de manera que cuando menos hasta que se secan muy bien despiden una peste insoportable. Decíamos que el Seri es perezoso y seguramente que no hay ser humano que se le pueda igualar en ese horrible vicio. No desempeña mas faena que la absolutamente indispensable para comer y esta se reduce a pescar cahuama con unos arpones perfectamente mal hechos, a robar ganado de la Costa, a cazar buro y borregos cimarrón que también hay en la Isla, y nada mas. Y si posible le fuera al Seri ni esto hacer, seguramente no lo haría. Y es de llamar poderosamente la atención esta pereza extraordinaria porque el Seri, no obstante de no ser de gruesa complexión, es esbelto y asombrosamente fuerte y ligero. Con gran rapidez atraviesa distancias increíbles y hay que hacer notar que en la Tribu contados son los individuos que usan huaraches pues casi todos andan descalzos. Respecto a los artefactos, además de las “coritas” de que hemos hablado, lo único que vale la pena, y haciéndoles justicia verdaderamente la vale, son sus piraguas hechas de carrizo y unidas con fibra pero de una manera perfecta. Son como dos conos unidos por su base. En estas ligeras embarcaciones que impulsan con gruesos troncos a guisa de remos, navegan grandes distancias y generalmente en ellas hacen la pesca de la caguama. Hay que mencionar también unas ollas bien hechas en que cargan el agua y unos molcajetes en que muelen el chile las poquísimas veces que llegan a tenerlo. En cuestión de creencias religiosas están tan burdos como en lo demás. No tienen ni siquiera el risible fetiche del negro; unos palos groseramente labrados y pintarrajeados y pretendiendo sin lograrlo darles alguna figura bien determinada, como caballo, espada, hombre, mujer, etc. son sus divinidades. Estos palos, que ni ídolos pueden llamarse, entran en funciones, o en artículo de muerte de algún Seri, o en momentos angustiosos para la Tribu. En el primer caso, el mas anciano clava uno o varios de esos palos cerca del moribundo, da vueltas a su alrededor, alza las manos, los pies, gesticula y después generalmente se muere el enfermo. En el segundo, los palos son clavados en todos los puntos de la Isla, especialmente en las veredas y además, según nos refirieron las prisioneras, y se trazan esos dioses en el suelo. Ya se recordará que uno de los grupos de expedicionarios encontró burdamente trazados un hombre y un caballo. Esto, según las prisioneras, quería decir a la Tribu que había gente extraña en la Isla y que esta gente era de a pié y de a caballo. Habiendo el Capitán Flores encontrado en su expedición una especie de marrazo de madera clavado en la tierra y encima un palo queriéndose aproximar a figura humana y llena de multitud de figurillas, le preguntamos a las prisioneras lo que quería decir aquello, y contestaron que comunicarle a la Tribu que la gente era armada y mucha. Aprovechando la dosis de confianza que ya les habíamos inspirado a las prisioneras Seris, les preguntamos acerca de sus bailes, de sus instrumentos, de su música, y casi mostraron extrañeza a esta pregunta, diciéndonos que no usaban instrumentos y que bailes solo tenían uno, que ejecutaban lo mismo en sus entierros que en sus festines. Con pocas dificultades logramos que en nuestra presencia ejecutaran el tal baile; jamás hemos visto cosa más monótona. Una Seri se puso la mano izquierda en jarras, la derecha sobre el carrillo del mismo lado y comenzó un bailoteo igual, insípido, prolongado, en tanto que otra canturreaba un son constantemente invariable, sin vida, sin tonalidad, sin nada, y que terminaba siempre con una especie de calderón, que más que de garganta viviente parecía surgido de una tumba. Monótona y triste es la tal música Seri. Para terminar con los usos y costumbres de esta Tribu, diremos que los Seris, mujeres y hombres, son asquerosamente borrachos. Dejamos al Sr. Gobernador en los momentos en que al frente de su fuerza del campamento iba rumbo a la playa. Ahí se embarcaron en el “Bernardo Reyes” que navegó con dirección donde los Pápagos habían tenido el encuentro con Indios. Cerca de ahí fondearon por estar encima la noche y en la madrugada del 29 el Sr. Gobernador ordenó que desembarcaran los Pápagos, con orden de dirigirse por tierra para el punto conocido como el Tecomate, para el que también enfiló el buque llegando a las diez de la mañana. Ahí desembarcó la expedición y una hora después llegaron los Pápagos. En ese lugar de la playa había precisamente una ranchería Seri y en ella huellas frescas, por lo que ordenó el Sr. Gobernador que se provisionara a los Pápagos y que las siguieran. Se terminaban los preparativos para esta marcha cuando a lejana distancia y enarbolando un trapo que hacía veces de bandera blanca, aparecieron dos emisarias de los Seris trayendo el salvo–conducto expedido por el Sr. Gobernador. Aquellas mujeres, con una alegría imposible de contener, gritaban dirigiéndose al Sr. Gobernador. “Ahora sí, Capitán, cumplimos, quedamos libres, ¿verdad?, mira, mira…” y subía una cuanto alto podía un palo del que pendían unos sombreros de petate. Ordenó el Sr. Gobernador al Sr. Comandante Barrón que descubriera lo que aquellos sombreros ocultaban y … ¡horror!... era un manojo de manos humanas que descubriría lo que aquellos sombreros ocultaban y … ¡horror!... era un manojo de manos humanas aún chorreando sangre. ¿Qué había pasado? ¿Qué sangriento epílogo de que espantosa tragedia representaban aquella aún calientes manos? ¡ah!.. lo que había pasado era horrible. Aquella siniestra Manuela, cuando juntó y alzó las manos quiso decir que si los Yaquis se resistían a ir, los matarían los Seris y les cortarían las manos para entregarlas como garantía de que habían cumplido su compromiso. Mujeres Seris Exhibiendo las Manos de los Yaquis Refugiados en su Tribu Aquí se imponen algunas reflexiones; indudablemente que para la causa de la civilización y del progreso cada Yaqui alzado que desaparece es un amago menos, pero en el caso concreto del asesinato de los Yaquis cometido por los Seris, mas que en otra cosa hay que fijarse en el corrompidísimo nivel moral de estos últimos. Habían hecho causa común con los Yaquis, de ellos habían recibido armas y municiones, se habían confundido en un criminal abrazo de bandidaje, pero al fin abrazo, y cuando el rayo de luz del instinto de conservación cruzó por las tinieblas de su rudo cerebro, y por él comprendieron que se podían salvar matando a sus aliados, no vacilaron y consumaron el atentado. Los planes del Sr. Gobernador y la causa de la civilización avanzaron mucho con aquel inesperado hecho sangriento, pero el Seri agregó, a los sombríos perfiles que lo sustituyen, el de la más negra perfidia. Las manos cortadas fueron ocho, cuatro de hombres, tres de mujeres y una de niño. Pasada la natural impresión producida por esta escena, el Sr. Gobernador ordenó a la emisaria que había traído el macabro trofeo, que se regresara a decir a la Manuela que se presentara con todos los parientes según lo hablado.
La noche se echaba ya encima, por lo que se reembarcó la expedición, y a otro día, último del año, el “Bernardo Reyes” hizo proa para donde se encontraba el “Demócrata” a donde llegó después de haber desembarcado un destacamento que fue a comunicar las órdenes del Sr. Gobernador para que se levantaran los campamentos y se dirigieron las tropas a la playa para embarcarse. Gran parte de la tarde se empleó en reembarcar a las fuerzas y ya envuelto el mar en las negruras de la noche hicimos proa para Guaymas, a donde llegamos el día primero del año a las once de la mañana, llevando, como grata impresión, las exquisitas atenciones que el Sr. Comandante Pereira y su oficialidad nos prodigaron tanto al Sr. Gobernador como a sus acompañantes. Expedición de Regreso a Guaymas el día 01 de Enero de 1905 Tomado de: GARCÍA Y ALVA, FEDERICO. Informe al Gobernador Rafael Izábal y al Vicepresidente Ramón Corral, Enero de 1905.